miércoles, 18 de diciembre de 2024

4°- Adviento, 22 diciembre 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 10: 5-10
Evangelio: Lucas 1: 39-45

Todas las creaturas están a la expectativa, lo capta y anuncia Isaías, lo hemos escuchado en la antífona de entrada: “destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la tierra y haga germinar al salvador”. Hoy el profeta Miqueas retoma el grito de esperanza: la luz que desvanece las tinieblas de un horizonte obscuro lleno de corrupción e injusticia, y “se remonta a los tiempos antiguos”, tan antiguos como la eternidad de Dios y nos descubre su designio de paz y de unidad, el que estuvo desde el inicio de la creación, y se manifestará en todo su esplendor “cuando dé a luz la que ha de dar a luz”.

Siete siglos después se cumple la promesa: Jesús, el buen pastor, guiará a su pueblo, a toda la humanidad, “con la fuerza y majestad de Dios”; fuerza y majestad totalmente distintas a las que imaginamos los hombres: “de ti, Belén de Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”. Desde el silencio aparece el retoño, ya expresará Jesús: “el reino de Dios no aparece con ostentación, ni podrán decir: míralo aquí o allí; porque, miren, ¡dentro de ustedes está!” (Lc 17: 20-21) de la misma forma llega él, se hace uno con nosotros en una aldea perdida, humilde, olvidada. “no quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. Aquí estoy, dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Los antiguos sacrificios se han suprimido y cristo nos enseña a vivir según la voluntad del padre, y con la ofrenda de su propio cuerpo, en una alianza nueva y eterna, “quedamos santificados”.

Contemplemos la escena que presenta San Lucas, toda ella se centra en dos mujeres que van a ser madres, los varones adultos están ausentes, los pequeños, ocultos a los ojos, se hacen presentes en la participación del gozo en el Espíritu Santo. Ejemplo del encuentro que estamos preparando.

María lleva en sí al que es la alegría del Padre, de los ángeles, de cuantos quieran ser como ella que ha sabido escuchar y confiar: “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, actitud preaprendida de Jesús, hijo de Dios e hijo suyo; proclamación de una fe que, de inmediato, se manifiesta en los actos: “María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y saludó a Isabel”. Servicio, atención, delicadeza, claros signos de la presencia de Jesús a quien ya lleva en su seno y que provoca el salto de gozo de Juan Bautista, que llena del Espíritu a Isabel y le inspira la primera bienaventuranza: “dichosa tú que has creído, bendita entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre”. Bienaventuranza que seguimos proclamando en el Ave María.

Que la pregunta de Isabel, hecha asombro, se repita desde nuestro interior: “¿quién soy yo, para que la madre de mi señor venga a verme?” María, la primera evangelizadora, la portadora de la buena nueva, el arco de la alianza, nos trae a Jesús y nos lleva hacia Él, recibirla es recibirlo. Aceptemos la fuerza del Espíritu, que ambos nos comunican; destrabe nuestros labios y anunciemos, con fe entusiasmada, la promesa y el cumplimiento de la salvación.

sábado, 14 de diciembre de 2024

3°. Adviento, 15 diciembre 2024.-



Primera Lectura:
del libro del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, del salmo 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses
4, 4-7
Evangelio:
Lucas .3: 10-18

“¡Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca!” Alegría plena, espera esperanzada que superó lo esperado, porque, “el Señor está no solamente cerca”, sino ya en medio de la humanidad, dentro de nosotros, hecho nuestra carne.

Alegría, que cambia el morado y se viste de rosa. No cesan la reflexión ni el recorrer los caminos del arrepentimiento; es fiesta adelantada porque el corazón y el ánimo proclaman el reencuentro, la confianza y el sentido del gozo que se prolonga más allá de una fecha, que supera nuestros estrechos límites espaciotemporales, lanza fuera el temor y el desfallecimiento, reconoce mucho más que el perdón y mira la realidad iluminada por una luz que no podríamos imaginar desde nuestro ser pequeño: ¡soy, somos cada uno, para dios: “gozo y complacencia”! ¿Aceptamos, aun rodeados de imperfecciones y de olvido, “ser causa de la alegría de Dios”? ¡El asombro de tal luz nos deslumbra y enaltece! Amados desde siempre, elegidos, creados, redimidos y adoptados, ¿ensombreceremos esa alegría divina?

En el fragmento que escuchamos de la carta a los filipenses, encontramos el eco de la antífona de entrada y vuelve a insistir en que estemos alegres porque el Señor todo lo llena. Es una alegría que llega como flor mañanera y con sólo mirarla, se iluminan los ojos, el corazón y el deseo de ser benevolentes, de reflejar el amor recibido y ser agradecidos por la paz que nos llega de manera gratuita y “sobrepasa toda inteligencia”.

Con esta actitud consciente, a ejemplo de María, aceptamos el don con decisión irrevocable de no perderlo nunca y de esmerarnos en darlo a conocer por nuestras obras.

Participemos de la “expectación” del pueblo hebreo y presentemos “en toda ocasión nuestras peticiones a dios, en la oración y la súplica”, para que en todos los hombres renazca la esperanza de un mundo más humano, más hermano “que ponga su corazón y pensamientos en Cristo Jesús”. Empresa nada fácil, pero recordemos que “para Dios nada es imposible”.

Si entusiasma la voz de Juan Bautista, ¿qué no hará la palabra? La voz responde con claridad a la pregunta “¿qué debemos hacer?”: exhorta a compartir lo que se tiene, a vivir en justicia, a no abusar de nadie. La palabra lo resumirá todo en la ley evangélica: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. (Jn. 13: 34) no basta el agua, precisamos del fuego del Espíritu para cumplir su mandato, y el mismo Jesús nos lo ha traído y junto con el Padre, nos lo ha enviado, ¡ésta es la buena nueva!

Cuando llegue el momento de la siega, si hemos permanecido fieles al Espíritu, nos encontraremos con Cristo en el granero, alejados de la paja que consume el fuego.

sábado, 7 de diciembre de 2024

2°. Adviento, 8 diciembre 2024.


Primera Lectura:
del libro del profeta Baruc 5: 1-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 4-6, 8-11
Evangelio: Lucas 3: 1-6

Cuando el corazón oye la voz de Dios no puede menos de alegrarse; ¡cómo necesitamos del silencio para poder escuchar su palabra en medio del aturdimiento de las cosas que nos rodean! Danos sabiduría, Señor, para saber distinguir, para saber elegir, para llenarnos de tu propia vida.

Nuestra realidad no es muy diferente a la que vivía Israel cuando el profeta Baruc los incita a la alegría ¿alegría en el destierro, en la pobreza, en la penuria, en babilonia, en la lejanía de la ciudad santa? ¡Sí!: “Vístete para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate pues tus hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Todas las creaturas están para servirte, el camino será llano, la frescura de los árboles te dará sombra; el Señor es tu pastor “te escoltará con su misericordia”.

Volviendo los ojos a nosotros: ¿alegría en las angustias económicas, en medio de los conflictos sociales, junto a hermanos que padecen hambre, frío, segregación? ¿Alegría en un mundo roto, donde los pasos tropiezan en subida, donde los árboles no pueden dar sombra porque están talados? ¿Vestirnos de gloria ante lo incierto del mañana, la escalada de precios, la sordera de los poderosos, la impotencia creciente ante el ansia de poder que destruye a los hombres? ¿Alegría cuando, junto con Dios, nos sentimos desterrados, lejos de la paz y la justicia? ¡Sí!, porque la palabra se sigue pronunciando con la misma fuerza creadora y liberadora del inicio: “en el principio existía la palabra y la palabra estaba en Dios y la palabra era Dios, nada fue hecho sino mediante la palabra y cuanto existe subsiste en ella”.

Palabra que en Jesucristo se hace carne, como uno de nosotros, que viene a enseñarnos con su vida y su entrega, el camino que desemboca directo al corazón de cada uno, que conmueve y remoza, que convierte y transforma, que nos hace reconocer, más allá de lo que nos aprieta y acongoja, que “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros”, es quien alimenta la sólida alegría, la que supera todo, la que sabe que ha elegido el camino correcto aun cuando las circunstancias parecieran decirnos lo contrario.
 

Fidelidad y convicción, las que comunica pablo a los filipenses; oración que hermana y mantiene tenso ese lazo de unión: “siempre pido por ustedes”, descubre la razón, además del afecto: “lo hago con alegría porque han colaborado conmigo en la causa del evangelio”. La Buena Nueva es el dinamismo porque en el centro está cristo Jesús; la seguridad es plena porque “aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre”. Ni son ellos solos, ni somos nosotros solos, es la gracia, es “el conocimiento y la sensibilidad espiritual”, lo que nos hará producir “frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios”.
 

Lucas nos sitúa en el tiempo y en la historia, en el momento del reinicio de la voz que viene a anunciar que la palabra ha llegado; resuena en el desierto, en la meditación, en el silencio interior y exterior. Rellenar los valles, abajar las colinas: ni humildad inactiva ni soberbia altanera; horizonte sin límites que “permita a todo hombre ver la salvación de Dios”.