Ez. 34: 11-12, 15-17; Salmo 22; 1ª. Cor. 15: 20-26, 28; Mt. 25: 31-46.
Finaliza el Tiempo Ordinario con la Festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Es la coronación del Año litúrgico del Ciclo A. El próximo domingo inicia el Adviento, continuará la invitación para acompañar a Jesús en su “acampar entre nosotros”, a permanecer atentos a la escucha de su voz que nos guía como Pastor, Rey y Soberano; imágenes que utiliza el Profeta para que percibamos la cercanía de Dios, quien, lo sabemos, “aun antes de saber que lo sabíamos”, toma la iniciativa de la búsqueda y el encuentro, del cuidado, del robustecimiento, de la participación de su vida, de poner a nuestro alcance la paz, el bienestar, la felicidad, la seguridad, la novedad siempre nueva, el camino hacia verdes praderas y hacia fuentes tranquilas, y, también, no podemos ignorarlo, a prever el momento final de rendir cuentas, el juicio.
Ya Homero llamaba a los soberanos “pastores de los pueblos”, cuánto más aplicable el título a Jesucristo, “el Cordero inmolado, digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”. Es la realización perfecta del Pastor, jamás buscó su propio bien, nunca obró por egoísmo, se enfrentó a todos los poderes buscando siempre el bien de los hombres y mujeres marginados, pobres, inútiles y despreciados, “nos rescató, no a precio de oro ni plata, sino por su sangre derramada” (1ª.Pedro. 1: 18-19); “dichosos los que han lavado sus vestiduras con la sangre del Cordero, estarán ante el trono de Dios, sirviéndole día y noche”. (Apoc. 7: 14)
Es Jesús, la Piedra sobre la que todo está fundado, el que libera de toda esclavitud, “primicia de los resucitados”, único Puente para volver a la vida, Mediador entre el Padre y la humanidad, ejemplar del hombre nuevo, Vencedor del mal y de la muerte, Consumador de toda perfección para que “Dios sea todo en todas las cosas”.
Preguntémonos si es Dios, si es Cristo, quien reina en nuestro corazón, si de verdad sentimos en el interior la inhabitación del Espíritu Santo, si en nuestro caminar tenemos a Dios y a Cristo como un mero “factor significativo”, que aparece en algunos momentos de la vida: bautizos, primeras comuniones, bodas, sepelios, que en la alegría o la tristeza, en la angustia y la impotencia, lo traemos brevemente a la memoria, nos conmovemos y después olvidamos. O bien es un “factor determinante”, el que orienta nuestras decisiones para buscar, encontrar y vivir según su voluntad, el que mantiene nuestra mirada hacia el Reino. Mejor aún si ya ha llegado a ser en nosotros “factor único”, de modo que no elijamos sino lo que sea para su Mayor Gloria, entonces sí que habremos escuchado claramente y seguido la Voz del Pastor, Rey y Guía.
El Evangelio de hoy es el mismo que leímos y meditamos el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Ellos ya fueron examinados, confiamos en la misericordia de Dios que hayan sido aprobados, pues supieron, de antemano, como ahora nosotros, las preguntas de la evaluación final: ¿Amaste a cuantos encontraste en tu vida?, ¿serviste de enlace entre ellos y Yo?, ¿aceptaste a todos sin distinción y especialmente a los más necesitados?, entonces: “Ven bendito de mi Padre, toma posesión del Reino preparado para ti desde la creación del mundo”. “Entonces irán los justos a la vida eterna”. ¡Señor contamos con tu gracia para que nuestras respuestas ya sean correctas desde ahora!