martes, 17 de febrero de 2009

7º Ordinario, 22 febrero, 2009.

Is. 43: 18-19, 21-22, 24-25; Salmo 40; 2ª. Cor. 1: 18-22; Mc. 2: 1-12.

La confianza nace y crece del conocimiento y del reconocimiento, ¿qué ha hecho y hace y seguirá haciendo el Señor por nosotros?, lo único que “sabe hacer”: sólo lo bueno. Palpar y saborear “el bien que nos ha hecho”, nos mantendrá tranquilos en sus manos, atentos a su Espíritu que nos irá descubriendo en cada instante, con sus inspiraciones, el camino seguro para cumplir sus designios, los que nos realizarán como seres humanos, como hijos, como hermanos.

Al escuchar al profeta Isaías, con toda seguridad entendemos, y quizá revivimos la situación de los israelitas: ellos deportados, con una identidad desconcertada, añorando las acciones liberadoras de Yahvé, lejanas pero que hacían presentes todos los días al repetir el “Shema Israel: Recuerda Israel”, no es malo el recuerdo, si lo es la nostalgia que entumece, que adormece los ojos, se solaza en la queja e impide ver lo nuevo, por eso la voz que los despierta y nos despierta: “Yo voy a realizar algo nuevo” , es el Dios verdadero, el eternamente Nuevo, que cambia los paisajes porque nos abre los oídos al grado de poder escuchar el crecer de la hierba, de descubrir oasis en todos los desiertos y comprobar que la aridez se ha ido de la tierra, porque los corazones, los de ellos, los nuestros recuperan la paz, a pesar de haber abusado de la bondad de Dios “al poner sobre Él la carga de todos los pecados y cansarlo con nuestras iniquidades”;

Su respuesta, su propuesta, no puede venir sino del mismo centro de su Ser: “he borrado tus crímenes, no he querido acordarme de tus pecados”, porque El Amor que Soy, supera toda culpa; mi cariño por ti, limpia, perdona y comunica vida. Este recuerdo es sano porque vive el presente y cuaja de esperanzas el futuro. No podremos quedarnos en la súplica: “Sáname, Señor, pues he pecado contra ti”, sino que, en acción agradecida, nos esforzaremos por invocarlo y servirlo “proclamando – admirados de ese incansable Amor -, su alabanza”.

Conscientes de haber sido marcados con el sello de Aquel que fue un ¡Sí imperturbable!, que convirtió en realidad las promesas hechas por el Padre, y nos ha dado a beber del mismo Espíritu, seremos capaces de pronunciar, ante cualquier obstáculo, un atento y constante “Amén” a Dios, recordando la entrega de María: “lo que quieras, Señor, estoy a tu servicio”, no por la garantía de lo que me espera, sino porque quiero, en algo, parecerme a Ti en tu bondad.

En la narración del Evangelio encontramos que es posible vivir esa aventura de confiar en Jesús, de avivar el dinamismo que construye, de convivir en la fe que hermana y acompaña y encuentra mucho más de aquello que buscaba. La mirada de Jesús, que aparece en varios pasajes de Marcos, se fija de inmediato “en la fe de aquellos hombres”, es lo primero que resalta: ellos están sanos, llevan en andas al enfermo, lo descuelgan desde el techo, han superado risas burlonas y murmuraciones y han compartido la intención y la acción a favor de aquel hombre impedido.

Todos se extrañan de la palabra de Jesús: “Hijo tus pecados te quedan perdonados”, va más allá que lo hecho por el leproso, la cura inicia desde dentro, levantar la camilla confirmará del todo la Misión del Mesías: ha venido a salvar al hombre entero y a confirmar que Dios es misericordia total. Los fariseos, pasivos, se quedan mudos, la gente que sabe mirar, admira: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!” ¡Enséñanos, Señor a mirar con tu mirada y sánanos por dentro, el resto lo dejamos en tus manos!