Primera Lectura: Gén 9: 8-15;
Salmo 24
Segunda Lectura: 1ª Pedro 3: 18-22;
Evangelio: Mc 1: 12-15.
La liturgia se abre con la invitación determinante a la oración: “Me invocarán y Yo los escucharé, los liberaré, los glorificaré”; ¿estamos convencidos o al menos queremos querer convencernos de que la unión con Dios, el reconocimiento de la realidad que somos – creaturas -, no llegará a la plenitud de la realización a base de esfuerzos de voluntad, sino de la súplica reconocida por la experiencia de aquello que nos acompaña siempre: pequeñez, desánimo, tristeza, porque las circunstancias no son como quisiéramos. Nos mueve y deseamos dejarnos mover por la petición que universalmente hacemos en la Oración Colecta: “que las prácticas cuaresmales, -las que proceden del interior a veces temeroso, otras derruido, otras más repletas de disgusto de nosotros mismos y que piden auxilio, luz y guía-, sin que dejemos de lado la penitencia que proyecta “arrepentimiento” y que no es sólo ceniza, sayal y limosna, sino que deseamos manifestar lo que anida en el corazón: “busco tu rostro, Señor”, más allá de nosotros, pero saliendo de nosotros mismos, nos conducirán, por la fuerza del Espíritu y su intensa luz, si no cerramos los ojos, “a progresar en el conocimiento de Cristo y a llevar una vida más cristiana”. ¡Somos un solo y mismo ser: carne, espíritu y “soplo divino”, que quiere “caminar por tus caminos”, por Jesús descubiertos y vividos!
Ya lo tenemos ampliamente conocido: de Ti no puede provenir la destrucción, fuimos nosotros, -humanidad entera- quienes provocamos el desorden, la muerte y el olvido. De Ti, en cambio, proviene la Creación Nueva, Alianza florecida, no sólo con Noé, sino con todos los que queramos ser como Tú quieres. Fue el Diluvio un signo “bautismal” que purificó cuanto de mal había, y en el “arrepentimiento”, -midrasch antromomórfico-
nos enseñas que no eres Tú quien debe “recordar”, sino nosotros, al ver tu signo en Arcoiris, que la Promesa es y seguirá siendo, una memoria eficaz que nos mantenga mirando hacia el cielo y traspasarlo para encontrarte siempre generoso, leal y compasivo. ¿Con qué cara pedimos que “recuerdes que son eternos tu amor y tu ternura”, que ellos superen lo que de nosotros te es patente? Te siento sonreír cuando tres veces repetimos: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”, y escucho y escuchamos al Camino hecho Vida, quien con sólo recorrerlos nos los dejó marcados claramente.
La liturgia se abre con la invitación determinante a la oración: “Me invocarán y Yo los escucharé, los liberaré, los glorificaré”; ¿estamos convencidos o al menos queremos querer convencernos de que la unión con Dios, el reconocimiento de la realidad que somos – creaturas -, no llegará a la plenitud de la realización a base de esfuerzos de voluntad, sino de la súplica reconocida por la experiencia de aquello que nos acompaña siempre: pequeñez, desánimo, tristeza, porque las circunstancias no son como quisiéramos. Nos mueve y deseamos dejarnos mover por la petición que universalmente hacemos en la Oración Colecta: “que las prácticas cuaresmales, -las que proceden del interior a veces temeroso, otras derruido, otras más repletas de disgusto de nosotros mismos y que piden auxilio, luz y guía-, sin que dejemos de lado la penitencia que proyecta “arrepentimiento” y que no es sólo ceniza, sayal y limosna, sino que deseamos manifestar lo que anida en el corazón: “busco tu rostro, Señor”, más allá de nosotros, pero saliendo de nosotros mismos, nos conducirán, por la fuerza del Espíritu y su intensa luz, si no cerramos los ojos, “a progresar en el conocimiento de Cristo y a llevar una vida más cristiana”. ¡Somos un solo y mismo ser: carne, espíritu y “soplo divino”, que quiere “caminar por tus caminos”, por Jesús descubiertos y vividos!
Ya lo tenemos ampliamente conocido: de Ti no puede provenir la destrucción, fuimos nosotros, -humanidad entera- quienes provocamos el desorden, la muerte y el olvido. De Ti, en cambio, proviene la Creación Nueva, Alianza florecida, no sólo con Noé, sino con todos los que queramos ser como Tú quieres. Fue el Diluvio un signo “bautismal” que purificó cuanto de mal había, y en el “arrepentimiento”, -midrasch antromomórfico-
nos enseñas que no eres Tú quien debe “recordar”, sino nosotros, al ver tu signo en Arcoiris, que la Promesa es y seguirá siendo, una memoria eficaz que nos mantenga mirando hacia el cielo y traspasarlo para encontrarte siempre generoso, leal y compasivo. ¿Con qué cara pedimos que “recuerdes que son eternos tu amor y tu ternura”, que ellos superen lo que de nosotros te es patente? Te siento sonreír cuando tres veces repetimos: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”, y escucho y escuchamos al Camino hecho Vida, quien con sólo recorrerlos nos los dejó marcados claramente.
La Justicia murió para que seamos justos, y nos trazó la vía que nos lleva, directa, hasta llegar Ti, Padre, a través de la Pasión y la muerte de tu Hijo, que en la Resurrección abren la vida; quizá los dos trazos primeros nos molestan pero que al pensarlos y ver a los demás, vernos nosotros y ver a Jesucristo, entendemos que únicamente en contacto contigo por tiempo ilimitado, llegaremos a donde ya no hay límite en el tiempo, porque éste se ha acabado. Con razón dice Pablo: “Lo interior se renueva cada día, nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente.” (2ª Cor. 4: 17-18) ¡Corrijamos la meta hacia donde los ojos miran y aligeran los pasos!
Jesús se viste de nosotros y vive la tentación, más allá del monte a donde el Espíritu lo lleva y lo espera Satán, ¡con qué determinación prosigue el designio del Padre y nos deja el ejemplo de oración y constancia!; “la asistencia de los ángeles”, no es alimento externo, es fuerza de Dios en el Espíritu, ¡el que nos hace falta para escuchar la voz que advierte y asegura: “El Reino está cerca, arrepiéntanse y crean en el Evangelio!” Ayúdanos a oír, Señor, aquello que nos salva.
Jesús se viste de nosotros y vive la tentación, más allá del monte a donde el Espíritu lo lleva y lo espera Satán, ¡con qué determinación prosigue el designio del Padre y nos deja el ejemplo de oración y constancia!; “la asistencia de los ángeles”, no es alimento externo, es fuerza de Dios en el Espíritu, ¡el que nos hace falta para escuchar la voz que advierte y asegura: “El Reino está cerca, arrepiéntanse y crean en el Evangelio!” Ayúdanos a oír, Señor, aquello que nos salva.