lunes, 15 de febrero de 2010

1° Cuaresma, 2 febrero 2010.

Primera Lectura: del libro del Deuteronimio 26: 4-10;
Salmo Responsorial, del Salmo 90: Tú eres mi Dios y en ti confío.
Segunda Lectura: de la carta del apostol San Pablo a los Romanos: 10: 8-13
Evangelio: Lucas 4: 1-13.

El miércoles de Ceniza nos hace reconocer la temporalidad que llevamos en el ser. Nos incita, suave y fuertemente, a acompañar a Jesús, a ir con Él en su experiencia humana de una vida ordinaria, oculta, orante, silenciosa, totalmente entregada al anuncio de la Buena Nueva, a aceptar que el polvo del camino nos envuelva en tolvaneras, a abrazar, “haciendo contra el amor carnal y mundano”, y vencer toda tentación para llegar a la realidad del sacrificio hasta la Pasión y la Cruz, para poder resucitar con Él.

Invocamos, llamamos, a quien nos puede y quiere escuchar, para que nos proteja y nos ayude a “progresar en su conocimiento” para vivir acordes a la fe que profesamos, y que ésta se proyecte en obras.

La Historia de Salvación dice nuestra propia historia. La lectura del Deuteronomio es la historia del Pueblo de Israel: elegido, bendecido, oprimido, liberado, plantado, gozoso, por el cumplimiento de la promesa. Historia de fidelidad y de infidelidad, de agradecimiento y de olvido, de presencia de Dios y de lejanía del corazón, pero que lo ha experimentado en el proceso de su caminar. Cada paso se repite en nuestras vidas y ojala respondamos como lo hacían los “cercanos a Yahvé” cuando les preguntaban por su fe: respondían “aman”, “sabemos en Quién estamos apoyados”, y, sin escudarse en conceptos, que no comprometen, relataban las acciones de Dios por las que lo sentían cercano, bondadoso, misericordioso, constante en su cariño; en las que descubrían “su mano poderosa y su brazo protector”, por eso al presentar sus primicias, “se postraban ante Él para adorarlo”. Releían su historia desde Dios y la revivían; si nosotros no podemos contar nuestra historia como salvación, señal de que sabemos muy poco de Dios.

El Señor jamás está lejos, lo tenemos al alcance de la boca y del corazón: aceptación desde lo más íntimo y profesión como testimonio de vida. Resumen del credo cristiano que nos lleva al centro de la esperanza: la Resurrección: luz que orienta ojos, corazón y pasos desde Cristo “primicia de los resucitados”.

Jesús, “en todo igual a nosotros menos en el pecado”, sabe lo que es la tentación, no sólo las que nos narra hoy Lucas quien subraya: “el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora”.

Contemplemos y reflexionemos el proceso y las respuestas que hemos escuchado. La fortaleza proviene del silencio orante, del dominio del instinto, de la fidelidad a la voluntad del Padre. Acepta y refiere a Dios todo: su experiencia “como hijo de Adán” y la seguridad de ser “Hijo del Padre”.

Sus tentaciones, son las nuestras: autonomía sin límites, tener y consumir, poder y soberbia, vanidad y gloria que nos honra a los ojos de los demás. La actitud de Jesús nos ilustra: no entrar en diálogo con la tentación, apoyados en Dios, ser tajantes, todo lo contrario a lo que nos narra Génesis 3, dentro del “midrash”, Eva dialoga, se enreda y cae, y, nosotros con ella y con Adán. La misma Palabra de Dios en la Escritura, pone las palabras exactas en nuestros labios para rechazar todo aquello que nos aparte del Señor.

Ninguna decisión mirándonos sólo a nosotros mismos; aceptar vivamente a Dios como el único Absoluto; alejar la presunción, sin dejar de confiar totalmente en Aquel que sabemos nos ama y nos protege.

Que la fe avive nuestra súplica, la aprendida desde Jesús: “no permitas que cedamos a la tentación y líbranos de todo mal”.