Salmo Responsorial, del salmo 29: Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 5: 11-14
Evangelio: Juan 21: 1-19.
Himno que nace de la aceptación de lo que ya ha ido más allá de lo imaginable: El Señor ha resucitado; ¡sí!, no es otro, es el mismo que pendió de la Cruz, murió, fue traspasado, sepultado y “custodiado para que no desapareciera”, y ahora está vivo, por eso: “Aclamen al Señor todos los habitantes de la tierra, canten, denle gracias”. Su actuar sigue en presente, su ejemplo sigue invitando a superar toda tristeza, a renovar los bríos que, sabemos de sobra, no pueden provenir de nosotros, como lo supieron los Apóstoles, sino del Espíritu que llena toda la tierra, que fortalece, anima y provoca a “obedecer a Dios antes que a los hombres”, a exponernos al rechazo, al sufrimiento, y a aceptarlo todo con “la felicidad de haber padecido por el nombre de Jesús”. Van y vamos guiados por el primer Testigo, el mismo “Espíritu que Dios da a quienes lo obedecen”. ¡Vaya que te necesitamos! ¡Ven y planifícanos!
La visión de Juan confirma a Jesús como el Mediador, el acceso al Padre, la Realidad y no sólo la figura del Cordero cuya sangre nos ha redimidos, digno de recibirlo todo: “el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Tras la ardua lucha la victoria completa.: el Padre “ha rehabilitado al Ajusticiado”, pone de manifiesto lo que su Voz nos ha transmitido en el Bautismo y en la Transfiguración: “Éste es mi Hijo muy amado, ¡escúchenlo!” Escucharlo y seguirlo es vivir lo que nos ha conseguido: “la dignidad de ser hijos de Dios”.
En el Evangelio encontramos a Pedro y otros seis discípulos de regreso a su diario quehacer, lo que sabían pescar. ¿Recordarían las palabras de Jesús?, “Cuando me vaya les enviaré al Espíritu Santo; Él les confirmará cuanto les he dicho”.
Pasan una noche frustrante que engendra el mal humor, la respuesta cortante a un desconocido que amable les pregunta: “¿Han pescado algo?”, “¡No; la invitación que sigue, desata un proceso que quizá sí recuerden: “Lancen las redes a la derecha…”: palabra que resuena con eco interior, indicación precisa que hace olvidar la fatiga, obediencia que ha aprendido y… el regreso del signo que descifra con claridad el significado: “¡Es el Señor!”. En la playa, los sorprende la delicadeza de Jesús: pan y pescado preparados: “Vengan a almorzar”. Y traigan de lo suyo; cercanía que desborda.
Al finalizar el desayuno, relucen la sutileza y el respeto propios de Jesús: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? ¡Tres preguntas! Las respuestas, son ahora mesuradas! Tres veces confirma Jesús a Pedro en el amor y en la misión: “Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.
Recordamos ahora, vivimos la respuesta que le dimos y tratamos de darle a Jesús al preguntarnos: “¿Quién dices que Soy Yo”? Y ¿ante la actual? “¿Me amas más que estos?”
Me acojo a la última respuesta de Pedro: “Tú lo sabes todo”, Tú sabes que quiero amarte.
Himno que nace de la aceptación de lo que ya ha ido más allá de lo imaginable: El Señor ha resucitado; ¡sí!, no es otro, es el mismo que pendió de la Cruz, murió, fue traspasado, sepultado y “custodiado para que no desapareciera”, y ahora está vivo, por eso: “Aclamen al Señor todos los habitantes de la tierra, canten, denle gracias”. Su actuar sigue en presente, su ejemplo sigue invitando a superar toda tristeza, a renovar los bríos que, sabemos de sobra, no pueden provenir de nosotros, como lo supieron los Apóstoles, sino del Espíritu que llena toda la tierra, que fortalece, anima y provoca a “obedecer a Dios antes que a los hombres”, a exponernos al rechazo, al sufrimiento, y a aceptarlo todo con “la felicidad de haber padecido por el nombre de Jesús”. Van y vamos guiados por el primer Testigo, el mismo “Espíritu que Dios da a quienes lo obedecen”. ¡Vaya que te necesitamos! ¡Ven y planifícanos!
La visión de Juan confirma a Jesús como el Mediador, el acceso al Padre, la Realidad y no sólo la figura del Cordero cuya sangre nos ha redimidos, digno de recibirlo todo: “el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Tras la ardua lucha la victoria completa.: el Padre “ha rehabilitado al Ajusticiado”, pone de manifiesto lo que su Voz nos ha transmitido en el Bautismo y en la Transfiguración: “Éste es mi Hijo muy amado, ¡escúchenlo!” Escucharlo y seguirlo es vivir lo que nos ha conseguido: “la dignidad de ser hijos de Dios”.
En el Evangelio encontramos a Pedro y otros seis discípulos de regreso a su diario quehacer, lo que sabían pescar. ¿Recordarían las palabras de Jesús?, “Cuando me vaya les enviaré al Espíritu Santo; Él les confirmará cuanto les he dicho”.
Pasan una noche frustrante que engendra el mal humor, la respuesta cortante a un desconocido que amable les pregunta: “¿Han pescado algo?”, “¡No; la invitación que sigue, desata un proceso que quizá sí recuerden: “Lancen las redes a la derecha…”: palabra que resuena con eco interior, indicación precisa que hace olvidar la fatiga, obediencia que ha aprendido y… el regreso del signo que descifra con claridad el significado: “¡Es el Señor!”. En la playa, los sorprende la delicadeza de Jesús: pan y pescado preparados: “Vengan a almorzar”. Y traigan de lo suyo; cercanía que desborda.
Al finalizar el desayuno, relucen la sutileza y el respeto propios de Jesús: “¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? ¡Tres preguntas! Las respuestas, son ahora mesuradas! Tres veces confirma Jesús a Pedro en el amor y en la misión: “Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.
Recordamos ahora, vivimos la respuesta que le dimos y tratamos de darle a Jesús al preguntarnos: “¿Quién dices que Soy Yo”? Y ¿ante la actual? “¿Me amas más que estos?”
Me acojo a la última respuesta de Pedro: “Tú lo sabes todo”, Tú sabes que quiero amarte.