Salmo Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la 1ª carta de SAn Pablo a los Corintios 12: 3-7, 12-13
Evangelio: Juan 20: 19-23.
¿Llegaremos a comprender algún día, en esta tierra, el significado del amor de Dios? A partir de la antífona de entrada nos llega la invitación, fuerte, fiel, para que profundicemos esa realidad que va más allá de la limitada inteligencia humana: “El amor de Dios ha sido infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que habita en nosotros”. Jesús ha cumplido su palabra: “Les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; en cambio, si me voy, Yo se lo enviaré” (Jn. 16: 7) Y lo ha hecho, lo ha enviado a renovar la tierra, a darle la configuración primigenia, tal como salió, como salimos, de “las manos de Dios”; dejémonos habitar, dejémonos conducir, aprendamos a escuchar en el silencio de la profundidad de Dios en nosotros y constataremos que “somos otros” a través del amor y la unidad, de los dones abundantes que nos otorga para que surja una humanidad nueva, “en justicia y santidad verdaderas”. Es Su obra, “no opongamos resistencia al Espíritu que nos selló para el día de la liberación”. (Ef. 4: 30)
San Lucas nos lleva a Jerusalén, es la fiesta judía de Pentecostés, 50 días después de la Pascua, hay una multitud de personas “venidas de todas partes del mundo”. Nos hace testigos del Don del Espíritu Santo como el “Viento de la creación” y el “Hálito divino” que insufló Dios a los primeros hombres, Vida, Fuego, Presencia de Dios en Israel y en el mundo que lleva a cabo el deseo de Cristo: “Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda”. (Lc. 12: 49). Fuego que despierta y acucia la comprensión entre los hombres: los sonidos son diferentes, pero la intelección es la misma, todos escuchan “las maravillas de Dios”.
¡Señor, consolídanos en la unidad!, que tratemos de recibir tu regalo, que encuentre en nuestros corazones sitio preparado donde posarse: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra”.
Precisamente de esa solidaridad, de esa ayuda mutua, de esa colaboración, fruto del Espíritu, nos habla Pablo en el fragmento de la Primera Carta a los Corintios: todos para todos, cualquier cualidad, por pequeña que parezca, la pongamos en acción para el bien común; hay Alguien que nos guía y nos une, más allá de todos nuestros esfuerzos: “El Espíritu que es el mismo”, “Dios que hace todo en todos, es el mismo”. Invitación, tarea, misión, continuidad de un Cristo vivo en nosotros para formar Un solo Cuerpo. ¡Dejémonos impresionar por esta dignación de Dios en Cristo por el Espíritu!
Jesús nos da, con abundancia, la Paz que nos aquieta y nos llena de esperanza. Nos conoce, como conocía a sus Apóstoles, y aun así nos quiere, y repite el envío, no cualquiera, sino el que Él recibió y cumplió: “Cómo el Padre me envió, así los envío a ustedes”. Y vuelve, otra vez, el soplo creador de lo nuevo: “Reciban el Espíritu Santo”, y con Él la seguridad de volver siempre a la amistad del primer encuentro con el Amor que perdona y acepta, que confía y acompaña, que conduce y espera. ¡Haz, Señor, que te aceptemos y contigo, al Padre, al Espíritu, a la Iglesia que te pedimos renueves siempre!