sábado, 2 de octubre de 2010

27° ordinario, 3 octubre, 2010.

Primera Lectura: Habacuc 1: 2-3; 2: 2-4; 
Salmo Responsrial: del salmo 94, Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la 2ª carta de San Pablo a Timoteo 1: 6-8, 13-14; 
Aclamación: La palabra de Dios permanece para siempre. Y ésa es la palabra que se les ha anunciado.
Evangelio: Lucas 17: 5-10.  
El Señor es Dios, Creador, Absoluto, Padre, nosotros somos creaturas, relativos, de esta relación con Él, nacen por nuestra creaturidad, estos lazos, pero, en medio de todas nuestras pequeñeces, necesitamos hacer brillar la realidad de que Él nos ha hecho hijas e hijos por adopción, ¿qué sentido tendría, si hemos intentado profundizar todo esto, “resistirnos a su voluntad”?  

Detenernos a contemplar al “Señor del universo”, a beber y llenarnos de “todas sus maravillas”, y aprender a dejarnos en sus manos, corazón, deseos de Padre que nos conoce y nos invita a” recibir más de lo que merecemos y esperamos”; ¿cuántas cosas inútiles pedimos?, ¡dirijamos nuestras intenciones a lo esencial!: “que tu misericordia nos perdone y nos otorgue lo que no sabemos pedir y que Tú sabes que necesitamos”. Que resuenen, como recién pronunciadas, las palabras de Jesús: “Si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre dará el Espíritu a los que se lo piden!” (Lc. 11: 13). Al menos ¿intentamos pedirlo? 

El mismo Dios nos impulsa, por boca del profeta Habacuc, a que “gritemos”: ¡auxilio! “¿Hasta cuándo llegará tu salvación?” Igual que los israelitas, ellos acosados por los babilonios, estamos ahora acosados por injusticias, violencia, muerte, opresión y desórdenes; ¿nos unimos en oración, confiamos en verdad que el Señor hará justicia? Oigamos su respuesta: la salvación “viene corriendo y no fallará; si se tarda, espera, pues llegará sin falta…, el justo vivirá por su fe.”

Nos sumamos, Señor, a la súplica de tus apóstoles: “Auméntanos la fe”, ayúdanos a comprender el alcance y el compromiso que robusteció a Pablo en su constante lucha, en su desvivirse por contagiar la esperanza, más aún, la seguridad de saberse asentado sobre roca firme, como le escribe a Timoteo, 2ª. 1: 12: “Sé en Quién he puesto mi confianza”. Imposible confiar sin conocer, imposible conocer sin acercarnos, imposible acercarnos si permanecemos cerrados en nosotros, preocupados, exclusivamente, por el bienestar pasajero, si nos contentamos con cumplir, sin entusiasmo, la tarea que el mismo Señor ha dejado a nuestro cuidado: “reavivar el don de Dios que recibimos en el Bautismo, en la Confirmación, en la Ordenación, en cada Eucaristía”; Don que se proyecta en “el Espíritu de fortaleza, de amor y de moderación”, porque nos sabemos fundados en Cristo Jesús. 

Creer en Dios y creerle a Dios, creer en su Palabra y creerle a la Palabra Encarnada, Jesucristo; una vez más repetirnos: no hay nada amado que no sea previamente conocido. Como decía el P. Leoncio de Grandmaison: “Jesucristo conocido, amado, seguido”. 

Aceptar toda la potencialidad con que nos ha dotado para servir con fidelidad, no por convencionalismo, ni aguardando una paga, que “a salario de gloria no hay trabajo grande”. Con sencillez, humildad y convicción decirle y decirnos: “No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”. ¡Señor pon tu Verdad en nuestra mente, en nuestras manos, en nuestros corazones! Y te recibiremos como el gran Don de la vida.