martes, 1 de febrero de 2011

5° Ordinario, 6 Febrero 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 58: 7-10
Salmo Responsorial, del samo 111: El justo brilla como una luz en las tinieblas.
Segunda Lectura: de la 1ª carta del apóstol Pablo a los Corintios 2: 1-5
Aclamación: Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
Evangelio: Mateo 5: 13-16. 

Dice Paul Claudel: “Nunca el hombre es más grande que cuando está de rodillas ante su Creador”. Actitud de reconocimiento agradecido por la vida, por los dones recibidos y al mismo tiempo, afirmación de que Absoluto solamente existe Uno: el Señor, nuestro Dios. En Él ponemos totalmente nuestra esperanza; ¿cuántas veces habremos repetido: “Sagrado Corazón de Jesús en Ti confío”? Pues que a la confesión que hacemos, sigan las obras. Esas, las que conocemos de memoria, pero que a veces están ausentes de nuestra vida diaria.

¿Qué  significado puede tener un “culto meramente externo”? Ya escuchamos la respuesta de labios de Isaías, - de labios de Dios mismo -: ¿Quieres ser luz y que esa Luz presida y cierre tus pasos?, actúa, “abre tu corazón a los demás, comparte tu pan, cobija al que no tiene techo, no des la espalda a tu hermano, viste al desnudo…, entonces clamarás y Yo te escucharé, brillará tu luz en las tinieblas…, entonces Yo te diré ¡Aquí estoy!”.  Parecería que escuchamos “El juicio de las naciones” del capítulo 25 de San Mateo: “Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber…”, y lo que sigue y tenemos en la memoria. No en balde llaman a Isaías el Protoevangelista, el clarividente con la Luz de Dios. ¿No es la predicción de lo que escuchábamos el domingo pasado en “Las Bienaventuranzas”? ¿Cómo llegará a Dios nuestro clamor si desdecimos con las obras lo que afirmamos con los labios? ¡Te amo, Señor, cumplo con el precepto dominical, comulgo, oro, pero eso de  ocuparme de mis hermanos en serio, está más allá de mis posibilidades!  ¿Dónde queda la integración de mi vida en la de Cristo que “pasó haciendo el bien”?
 
Sin tu Luz, ¿cómo podré brillar en las tinieblas?, ¿cómo caminar en la justicia, en la clemencia y en la compasión? 

Sin tu decisiva presencia en mí, no alcanzo a saborearme como esa sal que da tu auténtica sazón a la vida; soy ciudad en lo alto de un monte, pero cubierta de nubes; soy, inconsecuentemente, “luz apagada.” Siento surgir en mí la desilusión, porque no realizo lo que esperas de mí; por eso vuelvo a la oración: “Que tu amor incansable me proteja porque quiero poner en Ti toda mi esperanza.” El pecado, el egoísmo, la comodidad que me envuelven, me impiden dar el paso hacia el encuentro del otro, de Ti en cada ser humano y la brújula de mis decisiones se enloquece, da vueltas sin parar, sin apuntar hacia el único norte. ¿Me he quedado en una fe conceptual, teórica, que rehuye el compromiso, que busca “razones” para escudarse y no acepta tu realidad, que vendría a ser la mía, de la Buena Nueva “fincada en Cristo Crucificado”?

¡Me doy miedo de mí mismo! Sé que puedo sacudírmelo y “caminar no en tinieblas sino a la luz de tu gloria”, si desde mi debilidad capto, percibo y procedo desde “la fuerza de tu poder por medio del Espíritu”, entonces mis obras serán realizadas según tu voluntad e invitarán a cuantos trato “a dar gloria al Padre que está en los cielos.”

¡Convéncenos, Señor, que formamos parte de “ese pequeño resto” destinado a colaborar en la salvación de todos!