Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 11: 18, 26-28, 32;
Salmo Responsorial, del salmo 30:Sé tú, Señor,mi fortaleza y mi refugio.
Segunda Lectura: de la carta del apóstil Pablo a los Romanos 3: 21-25, 28Aclamación: Yo soy la vid y ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.
Evangelio: Mateo 7: 21-27.
“Los ojos, puestos en el Señor”, para mirar que nos mira y al percibirlo, se aleje de nosotros la soledad y la aflicción.
Su Providencia orienta nuestro camino; ella, si se lo permitimos, apartará de nosotros todo mal y nos concederá todo bien. ¡Nos equivocamos tan fácilmente! Esgrimimos pseudo razones, tan subjetivas, para aquietar nuestra conciencia, que hasta llegamos a creer que estamos en lo cierto, cuando en realidad, en las disyuntivas, nuestra elección ha olvidado “poner los ojos en el Señor”. Cuán distinto sería nuestro proceder si viviéramos, conscientemente, lo expresado en el Salmo: “Sé, Tú, Señor, mi fortaleza y mi refugio”.
Las lecturas son variaciones sobre el mismo tema: la relación entre la manifiesta voluntad de Dios y la libre decisión de nuestra parte. ¡Libertad!, enorme don, que, el primero que la respeta, es Dios mismo. Por ella nos tomamos en nuestras manos y decidimos, y el Señor acepta tanto nuestro ¡sí!, como nuestro ¡no!, y las consecuencias que se siguen. Él propone, nosotros elegimos; de Él parte la iniciativa, la respuesta es nuestra, ¿la pronunciamos con “los ojos puestos en el Señor”? Libres, sí, pero como creaturas y como hijos, con la conciencia de pertenencia compartida: le pertenecemos y nos pertenecemos; libres para poder amar y para poder comprometernos en reciprocidad al don recibido, que florece en los actos acordes al AMOR, así, con mayúsculas, y no se queda en exclamaciones estériles, llenas de asombro y agradecimiento, pero ayunas de obras. “La bendición, si obedecen los mandatos del Señor…” Esos “mandatos”, de ninguna manera coartan nuestro ser, más bien lo enmarcan, lo iluminan para que construyamos “sobre roca y no sobre arena.”
Paradójica conjunción, la única que asegura nuestros pasos: ¡Libres para obedecer! ¡Libres para aceptar! ¡Libres para creer en la gratuidad de la salvación por Cristo y decididos a proyectar esa fe en cada decisión concreta. Santiago Apóstol nos ayuda a descifrarla: “Muéstrame tu fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe” (2: 18).
Al tener “nuestros ojos puestos en el Señor”, aprenderemos a mirar como Él, y, sólo así, podremos descubrirlo en los demás, para servirlos. Cada ser humano “es mi hermano”; henchido el corazón con esta Fe, con la fuerza del Espíritu que ha sido derramado en nuestro interior, buscaremos no el “tener éxito”, sino “dar frutos que permanezcan para siempre”: “Tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber…, y lo que sigue y sabemos de memoria, preparados, con su Gracia, para escuchar en el momento que El decida:: “¡Vengan, benditos de mi Padre…!”
Aceptamos nuestra fragilidad y nuestra inconstancia, por ello repetimos el Salmo: “Sé, Tú, Señor, mi fortaleza y mi refugio”. Contigo, “aunque venga la lluvia, bajen las crecientes y se desaten los vientos”, no sucumbiré.
Confiemos en que el Señor nos ayudará a elegir lo correcto y a permanecer en ello..