Primera Lectura: del libro del Génesis 2: 7-9, 3: 1-7
Salmo Responsorial, del salmo 50: Misericordia, Señor, hemos pecado.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 5: 12-19
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Romanos 5: 12-19
Aclamación: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio: Mateo 4: 1-11.
En la Antífona de Entrada volvemos a encontrarnos con la invitación a orar, a invocar, a confiar en el Señor; seguro que lo hacemos cuando la angustia nos cerca y no encontramos salida, pero eso es convencionalismo no convicción ardiente de que en verdad necesitamos a Dios, su Palabra, su perdón, su cercanía, la fuerza del Espíritu para realizar lo que pedimos en la oración: “por las prácticas cuaresmales, - oración, obras de misericordia, penitencia, arrepentimiento, ayuno de todo aquello que nos aleje de Él, crezcamos en el conocimiento de Jesucristo y llevemos una vida más cristiana.”
El miércoles pasado recordamos nuestro origen: “polvo”, pero, hoy nos muestra el Génesis que es polvo con el Aliento de Dios, con la vida de Dios, con la libertad que nos “asemeja a Él” para poder elegir con toda conciencia el ¡Sí! a su voluntad; ¡Sí! que es camino de felicidad y eternidad.
El salto al capítulo 3°, tentación y caída, es la historia de la humanidad, es nuestra propia historia; “por el pecado entró la muerte en el mundo”. ¿Por qué cayeron los primeros hombres, por qué caemos nosotros?, por seguir el camino del deslumbramiento, por entrar en diálogo con la tentación, porque “vemos que el árbol es bueno para comer, agradable a la vista y codiciable para alcanzar sabiduría”; pero al margen de Dios, de sus preceptos, de la obediencia que le debemos como creaturas e hijos. ¿Qué sabiduría alcanzamos? Mirarnos “desnudos, enredados en la mentira que nos empuja a escondernos de Dios”. Eso es el pecado: querer ser como Dios, pero sin Dios. ¿A dónde nos lleva? “Ahora es el tiempo oportuno, el tiempo de la conversión”. ¡Cuántos no han tenido la oportunidad, ¡nosotros la tenemos!
¿Qué elegimos, ser como el primer Adán, o asemejarnos a Cristo, el nuevo Adán? Por su “obediencia”, ¡a qué precio!, “recibimos el don de la Gracia y la Justificación.” Poner en la balanza la elección, ya es una injuria al Señor y a la ejemplar entrega de Jesús. El solo considerarlo nos decidirá a confiar en el Amor y la Misericordia y al seguir, en serio, a Jesús. Él quiso experimentar en la realidad humana que había asumida, la tentación: “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado”, y enseñarnos el modo de proceder ante el tentador: ¡nada de diálogo!, sino tajante y fiel a su Misión, fiel a la voluntad del Padre, lejos de servirse de su filiación divina para provecho propio: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de la boca de Dios.” Sin espectacularidades, imaginemos el “impacto” que habría causado al bajar volando desde la cornisa del Templo, “no tentarás al Señor tu Dios”. Acepta la sencillez del camino de todo hombre sin “querer manejar a Dios”. El reconocimiento de que solamente hay un Absoluto, el Padre y “que toda creatura es como flor de heno que florece en la mañana y por la tarde no parece”, el poder y la riqueza, son realidades efímeras, el Único que permanece es Dios: “¡Retírate, Satanás!”, porque también está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás.” ¡Cuán intensa y profunda es en Jesús la interpretación y la vivencia de la Palabra de Dios!
Pidamos al Señor aprender esta lección, porque las tentaciones seguirán acechándonos; Jesús ya nos trazó el camino: ayuno, oración, cercanía a Dios, confianza, fortaleza y convicción.
Tengamos muy presente la advertencia de San Pedro: “Miren que el demonio, anda como león rugiente, buscando a quién devorar; resístanle firmes en la fe.” (1ª. 5: 8-9) Y San Pablo: “Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Más aún, nos dará modo para resistir con éxito.” (1ª. Cor. 10: 13) ¡Ánimo! “que las tribulaciones de este mundo, producirán un imponderable peso de gloria.” (2ª. Cor. 4: 17-18) Dios es quien nos espera, Él es nuestro premio, ¿qué creatura podría suplantarlo?