Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 2: 12, 17-20
Salmo Responsorial, del salmo 53: El Señor es quien me ayuda.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 3: 16, 4: 3
Aclamación: Dios
nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de
nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio: Marcos 9: 30-37.
La liturgia de este domingo nos propone un magnífico
espacio para que analicemos cuál es el proyecto de vida que nos hemos
trazado.
La antífona de entrada da la pauta:”Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el
Señor”. Él es el inicio y la finalización de todo y cualquier
proyecto. “En Él vivimos, nos movemos y somos”, desde nuestra realidad
de creaturas, de hijos, no encontraremos nada que más nos humanice
y divinice, que orientar deseos y realizaciones hacia Él; la confianza
nos acompaña: “Los escucharé en cualquier tribulación y seré siempre su Dios”.
Hablando con la realidad entre las manos, confesamos, sin tener
que pensarlo mucho, que no ha sido siempre esa nuestra actitud, que
nuestro proyecto ha marginado al Señor, si no teórica, sí prácticamente.
Él nos habla de diversas maneras, por la conciencia, por su Palabra,
por los acontecimientos, por la ejemplaridad de los hombres y mujeres
justos que han permanecido fieles al compromiso; pero nuestra respuesta,
en ocasiones se asemeja al pensamiento y a las acciones que nos describe
el Libro de la Sabiduría: los justos nos molestan, su sola presencia
nos afecta, porque, sin violencia, nos hacen entrar en nosotros mismos
para buscar cómo sacudirnos “a aquellos que reprochan nuestras acciones
y se oponen a lo que hacemos”. Quizá no lleguemos a ponerles
una trampa pero sí los tildamos de locos e inadaptados, con eso parecería
que aquietamos la conciencia para proseguir encerrados en vanos deseos
e ilusiones. Detengámonos y escuchemos la oración silenciosa de los
que esperan en Dios: “Hay Alguien que mira por nosotros”.
¡Qué precioso don encontrarnos en la vida con personas así! ¡Qué
gran aventura pedirle al Señor que lo seamos para los demás! ¿No
es éste el proyecto que nos llevará, como flecha al centro del blanco,
superando, por la velocidad de la convicción, cualquier ráfaga que
intente desviarnos?
Vivimos en una sociedad de constante cambio de actitudes, de
“valores que no lo son”, que pone todo su empeño en el éxito,
en el poder, en el “parecer”, en la moda, sí son cambios pero
que no afinan la dirección que hemos recibido como seres humanos “elegidos
para reproducir la imagen de Aquel que es el Primogénito de toda creatura,
Cristo Jesús”
Santiago nos delinea perfectamente: “donde hay rivalidades, ahí hay desorden y
toda clase de obras malas…, luchas, envidias, guerras, ambiciones…”
Los justos, en cambio, “con la sabiduría de Dios, son amantes de la paz,
comprensivos, llenos de misericordia y buenos frutos, imparciales y
sinceros”. Balanza concreta ante los ojos, ¿hacia dónde se
inclinan los platillos? Un elemento más para aquilatar nuestro proyecto
de vida.
Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, abre su corazón
a los discípulos y a nosotros. Se percibe su angustia y a la vez la
seguridad de su esperanza: sufrirá, pero resucitará. Palabra directa,
ejemplo acabado del “justo que ha puesto su confianza en Dios que
salva”. Los discípulos oyen, pero no entienden, están enfrascados
en “miniproyectos”: “¿Quién será el más importante entre ellos?”
También ellos necesitan corregir su proyecto de vida a pesar de convivir,
tan de cerca, con la misma Vida. Por lo menos la vergüenza, de haber
ignorado los sentimientos de Cristo, los hace callar.
Jesús nos vuelve a abrir su corazón, nos redescubre el camino,
confirma la certeza del proyecto que quiere realizar en nosotros: “Si
alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos”. ¡Qué cambio de mentalidad, qué actitud,
corroborada con los actos! “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido
sino a servir y a dar la vida para la salvación de todos”.
La sencillez del niño, la transparencia que brota de la inocencia,
son el sello final para evaluar la validez de nuestro proyecto de apertura,
de universalidad, de profunda fe: en cada ser humano, aun en el más
pequeño, encontramos a Jesús y al Padre.