Primera Lectura: del
libro del Éxodo 17: 3-7
Salmo Responsorial, del
salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de
la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 1-2, 5-8
Aclamación: Señor, Tú eres el
Salvador del mundo. Dame de tu agua viva para que no vuelva a tener sed.
Evangelio: 4:
5-42.
“Un espíritu nuevo que purifica y cura…” ¿de dónde viene esa maravilla que anima, que reúne, que
otorga y posibilita lo que juzgábamos imposible: “Sean santos porque Yo soy santo”, lo seremos con la abundancia de
agua que Él mismo nos ofrece. Parecemos
israelitas, olvidamos rápidamente las
maravillas que el Señor ha hecho y sigue haciendo por nosotros, nos preguntamos:
“¿Está o no está el Señor en medio de
nosotros?” Queremos constatación, entablamos discusión, como ellos en Masá
y Meribá, y “ponemos en prueba a Dios”;
¡triste constatación de que la Opción Fundamental no es decidida, convencida ni
confiada!
El Señor, paciente y amoroso, hace
brotar agua de la roca y al mismo tiempo, que el pueblo pase, de la
murmuración, a la confianza: de verdad el Señor está con nosotros. ¡Cómo
necesitamos abrir los ojos y mantenerlos fijos en el Señor! ¡Abrir los oídos
para “no ser sordos a su voz”! Ojalá
resonara fuerte la indicación del Padre, que escuchábamos el domingo pasado: “Éste es mi Hijo en quien tengo todas mis
complacencias, escúchenlo”. Está y sigue estando como Palabra viva, como
Guía seguro, como Camino y Verdad. La Alianza ha sido sellada, inquebrantable
porque Cristo es el Mediador, renovemos nuestra adhesión por medio de la fe.
La justificación, la liberación, la
filiación, como nos dice San Pablo, ha sido ofrecida y realizada por Jesús; Él
nos abre la puerta de la gracia, y al venir de Dios “no defrauda”, porque la esperanza nos llega por “el amor que ha infundido en nuestros
corazones por medio del Espíritu Santo”, nueva oportunidad para
preguntarnos si creemos y gustamos este don. Cada uno de los hombres, todos
nosotros, éramos incapaces de salir del pecado, pero el Dios de perdón y
misericordia nos da la prueba más clara: “Cristo
murió por nosotros cuando aún éramos pecadores”; ¡cómo no va a resonar en
nuestro interior la palabra misma de Jesús: “Nadie
tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”! (Jn. 15: 13). ¡Firme
columna para robustecer nuestra Opción Fundamental!, a nosotros nos ha llamado “amigos”. (Jn. 15: 15), ¿deseamos serlo?
Como la samaritana, estamos sedientos;
hemos buscado la felicidad, la realización, la vida, por senderos equivocados,
¡no hemos encontrado!, perdura la sed. La samaritana no lo sabe, nosotros lo
sabemos, se ha encontrado con la Fuente de agua viva; su actitud inicial es de
extrañeza, luego de cierta agresión, pasa a la curiosidad ante la respuesta de
Jesús: “Si conocieras el don de Dios y
quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”;
no comprende, hay en su pregunta un dejo de mofa, se ha quedado en lo inmediato
y reacciona en ese mismo nivel: “Dame de
esa agua para que no tenga que venir hasta acá a buscarla”. Siente escozor
ante la propuesta de Jesús, la confrontación la hace trastabillar y cambia el
giro: “Veo que eres profeta…”, y
prosigue: “¿Dónde hay que dar culto a
Dios?”. Jesús, fiel a su misión, abre su corazón: “He venido a salvar lo que estaba perdido”, (Lc. 19: 10) y le
revela su identidad: ¿el Mesías?, “Soy
Yo, el que habla contigo”. Corrobora Jesús lo que había dicho antes: “Los que quieran dar culto verdadero,
adorarán al Padre en espíritu y en verdad”.
¿Está o no está el Señor con nosotros?
La samaritana corrió a participar su maravilloso encuentro personal con Dios,
su proceder incita a todos a buscar ese mismo fruto y a constatar que hay “un manantial de agua que salta hasta la
vida eterna”.
En la Eucaristía, en la meditación de
la Palabra, encontraremos la fuerza para participar a todos que verdaderamente
Dios está con nosotros.