Salmo Responsorial, del salmo
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Segunda Lectura: de la carta del
apóstol Pablo a los romanos 8: 31-34
Evangelio: Mateo 9: 2-10.
“Recuerda,
Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…” ¿Podría, Quien es todo bondad y cariño, dejarnos en
el olvido? Somos nosotros quienes hemos de tenerlo presente. “Con Él a mi lado, jamás vacilaré”, es
Él, no yo, “quien derrotará al enemigo”.
Proclives a la dispersión, no escuchamos al que está, no solamente junto, sino
dentro de nuestro ser; sabedores de ello, le pedimos: “escucharlo en su Hijo y abrir los ojos para contemplar su gloria”.
Domingo de las paradojas del Amor. Cuando
todo navega en mar tranquilo, el conocimiento, la afectividad, la ternura,
parecen florecer naturalmente; pero que no se haga presente el sufrimiento,
porque perdemos la pisada, nubes negras ocultan la frescura de la anterior
mirada, el corazón se vuelve pensativo y amargo, la sonrisa se borra y pinta
entre las cejas la interrogante indescifrable. ¿Qué sucede conmigo, con el otro
o la otra?, todavía más, ¿dónde quedó el Otro que dice que me ama, me cuida y
me protege?
Es ahora el tiempo propicio, el de volver,
otra vez, al silencio que habla e ilumina, de regresar a la actitud de escucha,
de atención permanente, de confiar más allá, más lejos todavía.
Abraham no imaginaba el dolor que venía;
mecía entre sus brazos “la promesa hecha carne”, fruto de sus entrañas,
constatación palpable de lo que fue promesa. De pronto, la Voz que lo
estremece: “Abraham, Abraham”. Su
respuesta es segura, resuena pronta y clara
“sabe en Quién se ha confiado”: “Aquí
estoy”, disponibilidad sin trabas, como la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. La paradoja crece, perturba el corazón y la
conciencia, pero no la detiene, el hombre da el paso dolorido, de manera
inmediata, incomprensible y nos muestra la realidad del que vive “colgado del
Señor”. “Toma a tu hijo Isaac, al que
tanto amas, vete a la región de Moira y ofrécemelo en sacrificio.” La angustia hace achicar los huesos, al ser
entero. La Fe supera todo cuestionamiento: “no te entiendo Señor, es la
promesa, la que Tú me entregaste, ¿y quieres que la mate?” Al Señor no se le
piden cuentas, se escucha y ama hasta lo
incomprensible. No se trata de un juego, el dolor purifica, aquilata, hace ver
lo invisible: “El Señor no abandona a sus
fieles”. Sabemos la secuencia, Abraham no la sabía y por ello, por su
actitud confiada, nos dice la Carta a los Hebreos: “Se le apuntó en justicia. Pensaba que poderoso es Dios para levantar a
los muertos.” (11: 19), y no fue
defraudado. ¿Cuántos Issacs he de sacrificar sabiendo que no detendrás mi
brazo? ¡Auméntame la fe!
Meditando un momento con San Pablo: “¿Qué podrá separarnos del Amor del Mesías?” “Si Dios está a nuestro favor,
¿quién estará en contra nuestra?”. ¿Y todavía dudamos?
Jesús se Transfigura, nos enseña su Gloria,
porque fue el Gran Escucha; es Quien resume todo, porque su vida, paso a paso,
fue de agrado del Padre; otra vez el Espejo donde hemos de encontrar, rediviva
en nosotros, su figura.
La Pasión y la Muerte, - vuelve la paradoja
-, son camino de Resurrección y de Vida.
No podemos permanecer en el ocio de la
contemplación sin compromisos, asombrada, deleitable y gustosa. Bajemos la
montaña y preparemos el diario sacrificio, aunque no lo entendamos, para
resucitar. Quizá sigamos preguntando: “¿Qué
querrá decir eso de resucitar de entre los muertos?”. Con Abraham
respondamos, como nos pide el Padre: “Escuchando”. Ya Dios se encargará de lo que sigue.