viernes, 6 de marzo de 2015

3o. Cuaresma, 8 marzo, 2015.


Primera Lectura: del libro del Éxodo 20, 1-17
Salmo Responsorial, del salmo 19: Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 1, 22-25
Aclamación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en El tenga vida eterna.
Evangelio: Juan 2, 13-25

“Infúndenos, Señor, un Espíritu nuevo”. Lo prometiste cuando revelaras tu santidad y ya la has manifestado en Jesucristo. ¿Por qué no sentimos el viento de sus alas en nosotros? Sin tu Espíritu, ¿cómo nos sentimos?  Progresamos, es cierto, pero de una manera chata, obscura y egoísta. Nos gloriamos de los triunfos técnicos y científicos, pero, ¿dónde han quedado el pensamiento, la religiosidad, los valores? Fincamos nuestro triunfo en la investigación y en el poder, en una comunicación inacabable de datos, cifras, estadísticas y predicciones  con la que creemos dominar el mundo, y en vez de ser “Señores”, celosos cuidadores del ser y de los seres, nos hemos convertido en “amos” esclavizantes y soberbios.

Dudo mucho que aceptes como realidad lo que preponemos en la petición que te elevamos: ¿“ayuno, oración y misericordia como remedio del pecado”? ¿Es que en verdad “reconocemos nuestras miserias y nos agobian nuestras culpas”?  Si lo confesáramos en serio, seríamos otros a tus ojos y a los nuestros porque de inmediato nos sentiríamos “reconfortados con tu amor”. No es esta la humanidad que Tú quisiste, hemos roto tus planes; no hemos obedecido tus mandatos, tus leyes y preceptos y nos hemos encerrados como ostras, creyendo que la perla allá escondida, era en sí misma suficiente. ¿Capacidad?, nos la has dado a torrentes. Repartes con mano generosa para hacernos capaces de construir un mundo nuevo. Tu Palabra alumbra cada día, marca las mojoneras del único camino, “es vida eterna”.

Para guiar a tu Pueblo, y, con él a nosotros, entregas el Decálogo: síntesis que todo lo contiene: en verticalidad: filial adoración; en horizontalidad: fraternidad activa; en interioridad: aceptación consciente, nada queda al acaso, Tú todo lo previste, nos dejaste a nosotros la respuesta; pero sin Ti no la daremos ni personal ni colectivamente.

¿Otra nueva propuesta sin quedar marginada la primera? Sonó y sigue sonando a locura inconcebible. Ni aunque venga de Ti y se haya hecho en Cristo realidad palpable, eso de Cruz y Muerte, nos aterra, no cabe en nuestras mentes, nos repugna, por eso nos unimos al clamor del “escándalo”: ¿Cómo puede ser Dios fuerte en la debilidad? Va contra toda regla de la lógica humana: ¡lo débil no puede sostenerse! Lógica que en Cristo se nos quiebra y con Él comienza a brotar la nueva.

Nos pedías “conversión”, ahora vislumbramos el modo: audacia y reciedumbre, “¡quiten todo de aquí y no conviertan en mercado la casa de mi Padre!”. Casa que es todo el mundo, y cada hombre. ¡Qué limpieza conlleva ser “morada de Dios”!
 La novedad del Espíritu que supera lo externo: oro, ropajes, edificios, ofrendas y holocaustos, que exige “odres nuevos para el vino nuevo”, que ante la indignación de aquellos que confían en los ritos, ofrece el propio ser en sacrificio: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”. Anuncio que libera, que rompe las cadenas y confirma en su restauración, la nuestra.

Los discípulos tardaron en llegar, pero llegaron. A la luz de la Resurrección, se hizo luz en sus mentes: “El celo de tu casa me devora” y creyeron en Jesús y en la Escritura.

No nos tardemos más. No es que el Señor “aguarde demasiado”, nos conoce muy bien: “No necesita que nade le descubra lo que es el hombre, porque Él sabe lo que hay en el hombre”.  Pidámosle que se encuentre a Sí mismo adentro cuando nos escudriñe.