Salmo Responsorial, del salmo 92: Señor, Tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del
apóstol Juan 1: 5-8
Aclamación: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Juan 18: 33-37.
Festividad
de Cristo Rey del Universo; ¡qué lejos está ese universo de reconocerlo como su
Rey y su Señor!
La Antífona de Entrada nos recuerda las atribuciones
totalmente merecidas por El Cordero Inmolado, porque murió para abrirnos el
Reino junto al Padre. Hay tantos que no lo aceptan, y por eso pedimos “que toda creatura, liberada de la
esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente.”
En
el libro de Daniel, han ido desfilando, previamente, las bestias derrotadas,
ahora aparece “uno como hijo de hombre
que viene entre las nubes del cielo”, uno como nosotros pero que viene
desde Dios a traernos la Buena Nueva para que al escucharla, todas las naciones
y pueblos le sirvan; la razón está clara: “su
poder es eterno, su reino jamás será destruido”. Un poder que es servicio,
un reino que todos anhelamos, que lo tenemos a la mano y que nos pasa
inadvertido, porque así lo queremos…, porque pide sinceridad y justicia,
sencillez y humildad, pide una mirada trascendente que traspase las nubes de
nuestro “no saber” y acepte lo que va más allá del pensar intramundano,
puramente sensible y egoísta que no sabe del servir y entregarse gratuitamente.
Ir
mucho más allá de nuestro yo, dejar que se conmuevan las entrañas, pedir que las
decisiones se enderecen; que no temamos mirar y admirar “al Traspasado” y en Él
y desde Él continuar hasta poder descubrir lo que hay detrás: “Alfa y Omega, principio y fin, el que Es,
que Era y ha de venir”, el centro y resumen de toda la existencia, el que
nos colma de paz y de esperanza, el Señor Todopoderoso. ¿Quién podrá comprender
toda su profundidad? Jesús mismo nos entrega la respuesta: comprenderán los
limpios de corazón, los que trabajan por la paz y la justicia, los que se abren
a los demás, los que escuchan y perdonan, los que viven la alegría del
Evangelio y dan testimonio con sus vidas de aquello en lo que creen. ¡Fácil es
decirlo y recitarlo, imposible, sin Él, el realizarlo!
Jesús
nos desconcierta, después de la multi0licación de los panes huye ante el deseo
popular de nombrarlo Rey y ahora, ante Pilato, acepta que es Rey: “Tú lo has dicho. Soy Rey. Yo nací y vine al
mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi
voz”. La paradoja crece y nos asombra; ¡en qué circunstancias acepta la
realeza!: maniatado, despreciado, a punto de ser condenado, sin amigos, sin
nadie que lo defienda… Su testimonio es claro: Testigo de la Verdad, porque
sabe lo que dice y dice lo que sabe aun cuando eso lo lleve a la muerte. Nos
ofrece un resumen de su vida: “Mi
alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me envió”, y, “He venido para que el mundo tenga vida”;
ojalá su congruencia total nos arrebate y nos anime a decirle, temblorosamente:
queremos escuchar tu Verdad, escucharte a Ti que eres el Camino, la Verdad y la
Vida, y contigo, “primogénito de entre
los muertos y soberano de los reyes de la tierra”, llegar a ese “Reino que
no acaba, reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la gracia,
reino de la justicia, del amor y de la paz”, ¡reino que inicia aquí entre los
hermanos!