viernes, 20 de noviembre de 2015

Cristo Rey. 22 Octubre 2015.--



Primera Lectura: del libro del profeta Daniel 7: 13-14
Salmo Responsorial, del salmo 92: Señor, Tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apóstol Juan 1: 5-8
Aclamación: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! 
Evangelio: Juan 18: 33-37.

Festividad de Cristo Rey del Universo; ¡qué lejos está ese universo de reconocerlo como su Rey y su Señor!
 La Antífona de Entrada nos recuerda las atribuciones totalmente merecidas por El Cordero Inmolado, porque murió para abrirnos el Reino junto al Padre. Hay tantos que no lo aceptan, y por eso pedimos “que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente.” 

En el libro de Daniel, han ido desfilando, previamente, las bestias derrotadas, ahora aparece “uno como hijo de hombre que viene entre las nubes del cielo”, uno como nosotros pero que viene desde Dios a traernos la Buena Nueva para que al escucharla, todas las naciones y pueblos le sirvan; la razón está clara: “su poder es eterno, su reino jamás será destruido”. Un poder que es servicio, un reino que todos anhelamos, que lo tenemos a la mano y que nos pasa inadvertido, porque así lo queremos…, porque pide sinceridad y justicia, sencillez y humildad, pide una mirada trascendente que traspase las nubes de nuestro “no saber” y acepte lo que va más allá del pensar intramundano, puramente sensible y egoísta que no sabe del servir y entregarse gratuitamente.

Ir mucho más allá de nuestro yo, dejar que se conmuevan las entrañas, pedir que las decisiones se enderecen; que no temamos mirar y admirar “al Traspasado” y en Él y desde Él continuar hasta poder descubrir lo que hay detrás: “Alfa y Omega, principio y fin, el que Es, que Era y ha de venir”, el centro y resumen de toda la existencia, el que nos colma de paz y de esperanza, el Señor Todopoderoso. ¿Quién podrá comprender toda su profundidad? Jesús mismo nos entrega la respuesta: comprenderán los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y la justicia, los que se abren a los demás, los que escuchan y perdonan, los que viven la alegría del Evangelio y dan testimonio con sus vidas de aquello en lo que creen. ¡Fácil es decirlo y recitarlo, imposible, sin Él, el realizarlo!

Jesús nos desconcierta, después de la multi0licación de los panes huye ante el deseo popular de nombrarlo Rey y ahora, ante Pilato, acepta que es Rey: “Tú lo has dicho. Soy Rey. Yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz”. La paradoja crece y nos asombra; ¡en qué circunstancias acepta la realeza!: maniatado, despreciado, a punto de ser condenado, sin amigos, sin nadie que lo defienda… Su testimonio es claro: Testigo de la Verdad, porque sabe lo que dice y dice lo que sabe aun cuando eso lo lleve a la muerte. Nos ofrece un resumen de su vida: “Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me envió”, y, “He venido para que el mundo tenga vida”; ojalá su congruencia total nos arrebate y nos anime a decirle, temblorosamente: queremos escuchar tu Verdad, escucharte a Ti que eres el Camino, la Verdad y la Vida, y contigo, “primogénito de entre los muertos y soberano de los reyes de la tierra”, llegar a ese “Reino que no acaba, reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la gracia, reino de la justicia, del amor y de la paz”, ¡reino que inicia aquí entre los hermanos!