Primera Lectura: del libro del Deuteronomio 30: 10-14
Salmo
Responsorial, del salmo 68: Escúchame, Señor, porque eres bueno.
Segunda
Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 1: 15-20
Aclamación: Tus palabras, Señor, son Espíritu y
vida. Tú tienes palabras de vida eterna.
Evangelio: Lucas 10: 25-37.
“Contemplaré
tu rostro”, Señor. “al
despertar espero saciarme de tu presencia”. Y para hacerlo, le pedimos nos
ayude a rechazar cuanto desdiga del nombre de cristiano.
¿Por dónde va nuestro camino?, nos conocemos como
amigos de lo fácil, de lo que no engloba compromiso, nos inclinamos más
decididamente por una “libertad” que
vamos convirtiendo en “libertinaje”,
como nos advertía Pablo en su carta a los Gálatas, por eso insistimos en
nuestra oración que nos inunde la
Luz del Evangelio para que obrando en consonancia,
verdaderamente nos comportemos como cristianos, como Cristo: pacientes,
bondadosos, llenos de misericordia, decididos a la apertura universal, a
reconocer como prójimo a todo ser humano. Que la Gracia del Espíritu irradie en
nuestro ser para que jamás nos apartemos de lo que nos une a Cristo.
En el Deuteronomio encontramos lo que de sobra sabemos:
las invitaciones de Dios, no sólo están cerca, están dentro de nosotros, en el
corazón, en la mente y ojala en la boca, en la profesión y realización del
compromiso concreto. Él “ya ha escrito su
Ley en nuestro interior”, como prometió por el profeta Jeremías (31: 33)..
La pregunta inicial, ¿por qué no la seguimos?, ¿qué está sucediendo en el
mundo?, ¿por qué ha perdido su fuerza esta Ley Natural que enlaza la doble
vertiente del amor a Dios y a los demás?, ¿qué es capaz de borrarla y
encerrarnos en la actitud egoísta y ególatra?
“El
Señor nos escucha, porque es bueno”, de nuevo preguntarnos qué tanto lo invocamos, qué
tanto oramos por la paz, por nuestra sincera conversión, para que crezca el
conocimiento que nos impulse “a
acercarnos y permanecer con Él”.
El himno cristológico que nos brinda Pablo en la lectura
de la carta a los Colosenses, ayuda a confirmar Quién es el Centro, el
Fundamento, el Primogénito de toda la creación, también a descubrir, una vez
más, que Cristo es el Camino para conocer al Padre, el Mediador de la nueva
Alianza, la Cabeza de la Iglesia, y cómo por Él y por su entrega hasta la
muerte, estamos reconciliados con Dios.
En San Lucas reafirma Jesús la unión que hay entre
Deuteronomio y Levítico: La Ley Evangélica: el amor a Dios y el amor al prójimo
tan íntimamente unidos que son la única fuente de la vida: “Haz esto y vivirás”. Omitamos preguntas inútiles: “¿Quién es mi prójimo?” Tenemos clara en la mente la respuesta: “El que tuvo compasión del caído en manos de
ladrones”. Aceptemos la invitación que viene de labios de Jesús:
“Anda
y haz tú lo mismo”. Ese “tú”, es el “yo” de cada uno de nosotros;
esquivar la responsabilidad, matar la compasión, cerrar los ojos ante tantos
que “nos necesitan”, es desdecirnos del nombre de cristianos, es apartarnos de
Cristo, es no permitir que lo orado en unión con la Iglesia, se vuelva
realidad. Que Jesús Eucaristía nos dé ánimos para ser “luz y sal de la tierra, ciudad construida en lo alto”, que
nuestras obras den buena cuenta de nuestro corazón.