Salmo Responsorial, del salmo 99
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 6-11
Evangelio: Mateo 9: 36-10:8
“Oye, Señor, mi voz…, ven en mi ayuda”, clamamos en la antífona de entrada y completamos
perfectamente en la oración: “porque sin
tu ayuda, nada puede nuestra humana debilidad”; si en verdad sacamos a flor
esa experiencia, soy débil, no cesará mi
boca, nuestra boca, de llamar al Señor, y seremos capaces de tratar de cumplir
siempre su voluntad.
¿De dónde nace la
confianza para invocar el nombre del Señor?, de Él mismo, de su bondad, de la
fuerza que nos comunica y nos llena de esperanza; definitivamente, ¿qué pueblo
pudo jamás escuchar la predilección del mismo Dios?, y nosotros somos ese
pueblo “su especial tesoro entre todos
los pueblos”; palabras del Éxodo que nos hacen recordar la Carta de San
Pedro: “Pueblo de reyes, sacerdocio real,
nación consagrada, pueblo de su propiedad”, así, nuestro ser entero,
sentirá lo que es el cobijo de Dios, ¿nos animaríamos a desear más?
Insiste en el mismo
renglón el estribillo del Salmo, como para que esa verdad ilumine siempre
nuestros pasos: “El Señor es nuestro Dios
y nosotros su pueblo”. Reconozcamos que somos suyos; ya contamos con su
gracia para guardar la Alianza.
Pablo en el
fragmento de la Carta a los Romanos, ahonda todavía más: ¿cómo no vamos a ser
agradecidos, profundamente agradecidos, y recordemos que el agradecimiento es
la memoria del corazón, si “cuando
todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”? No tenemos hacia
dónde desviar la mirada, en todo lugar encontramos la misericordia y el amor de
Dios por nosotros, el perdón y la misericordia nos arropan: ¡Gracias, Señor!
Definitivamente el
Reino de Dios no está cerca, está dentro
de nosotros… ¡qué maravilla!
En el Evangelio
continuamos escuchando la misma melodía: Jesús se compadece de las multitudes y
lo sigue hacendó, porque en aquel entonces al igual que ahora: estaban y estamos extenuados y desamparados
como ovejas sin pastor”; nuestro mundo continúa necesitando trabajadores en
los campos de Dios: Señor, danos sacerdotes santos según tu corazón, que
alienten y alimenten a tu pueblo, que lo
sanen y lo santifiquen con y por la
acción del Espíritu Santo; así como elegiste a los doce, sigue desgranando
nombres que se alisten bajo tu bandera y, discerniendo tu mensaje, ahora sí
vayan a tierra de paganos, de hombres y mujeres hambrientos de verdad y de
vida, y sepan comunicar la luz que viene de tu Palabra.