sábado, 16 de septiembre de 2017

24º Ordinario, 17 septiembre 2017.-



Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 27: 33 a 28: 9
Salmo Responsorial, del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos: 14: 7-9
Aclamación: Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado.
Evangelio: Mateo 18: 21-35.

  El domingo pasado  reflexionábamos, , en la justicia, la rectitud, la equidad, la  vivencia de la Ley Natural ya impresa en todo ser humano; ahora el Señor nos invita a dar un paso más: necesitamos completarla con la Ley Evangélica: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”,  por eso pedimos “experimentar vivamente su amor”, que tiene que volverse costumbre a partir de la reflexión, el reconocimiento, la acción de gracias, Dios nos ha perdonado y nos seguirá perdonando, que nos conceda fuerza y decisión, solamente así llegaremos  a  ser coherentes, purificados gratuitamente, nos comportarnos con los demás como el Señor lo hace con nosotros. 

   La primera lectura, tomada de un libro sapiencial, descubre el daño que nos hacemos a nosotros mismos si damos cabida al rencor, que amarga, a la venganza; que quita la paz; insiste en la reciprocidad del perdón, actitud que sólo desde la fe, con la luz de la Gracia y a través  del constante recordar que el camino de la vida llegará, por sí mismo, hasta su término, nos ayudará a dar ese paso, que condensaría San Ignacio en el “magis”: siempre más allá de los estrechos límites del cálculo, del desquite. La Alianza hará que pasemos por alto toda ofensas”.

  La vivencia de Pablo nos sacude: “Vivos o muertos, somos del Señor”, y ¡Qué Señor! Recordamos el Salmo: Él es: “compasivo, misericordioso, que perdona, cura, rescata, colma de amor y de ternura, no nos trata como merecemos”, su compasión, que “siente con nosotros”, cubre cielos y tierra. ¿Nos esforzamos por ser algo parecidos a Él? No dudo que el perdonar, sin que queden residuos, parecería imposible, pero no lo es si nos dejamos traspasar por el perdón total de Dios, en Jesucristo…, después de mirarnos y mirarlo en su entrega a la muerte para darnos la vida, ¿qué podríamos esgrimir para no perdonar?

   En el Evangelio, Pedro se detiene en cifras que considera desmedidas: “hasta siete veces”, pero Jesús, imagen viva del Padre, no sólo acepta el “más”, sino que proclama el “Siempre” nos incita a vivirlo desde Él y con Él, no por las consecuencias que se nos seguirían de no hacerlo, sino para ser como el Padre Celestial “que hace salir el sol sobre buenos y malos y deja caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5: 45) Es un  siempre  cotidiano, universal, inacabable.

   La parábola, toda ella claridad, nos entrega un termómetro-compromiso: ¿me comporto como el rey magnánimo o como el compañero insensible? Del mismo modo que a los compañeros del “entregado a los verdugos”, nos arrebata la indignación, pero antes de emitir ningún juicio contra otro, volvamos a nuestro interior con toda la sinceridad posible y pidámosle, una y mil veces al Padre Celestial, que nos enseñe a perdonar como Él, gratuita y definitivamente, pues “si somos fieles, Dios permanece fiel; si somos infieles, Dios permanece fiel pues no puede desmentirse a sí mismo”, (2ª. Tim. 2: 13) ¡qué alivio y a la vez, cómo crecen la gratitud y la necesidad de una respuesta fiel.