Primera Lectura: del libro de los Hechos de los
Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios
asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los
Efesios 4: 1-13
Aclamación: Vayan
y enseñen a todas las naciones, dice el Señor. Y sepan que Yo estaré con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
Evangelio: Marcos 16: 15-20.
Es
bueno “mirar al cielo”, pero con los
pies en la tierra. Aprender a ser, como nos dice San Gregorio: “hombres
intramundanos y supramundanos a la vez”. Entre las creaturas, especialmente
entre los hombres, a ejemplo de Jesús, sin huir contrariedades, molestias,
incluso la muerte, porque vislumbramos, más aún, sabemos que “su triunfo es nuestra victoria, pues a
donde llegó Él, nuestra Cabeza, tenemos la seguridad de llegar nosotros, que
somos su cuerpo.” Esta es la forma de ser lo que somos para llegar a ser lo
que seremos; ahora aquí en la entrega incondicional al Reino; después allá,
adonde Cristo nos ha precedido.
Camino
al monte de la Ascensión, el Señor Jesús refuerza nuestra confianza: “Aguarden a que se cumpla la promesa del
Padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu Santo”. Hemos
aprendido, en la lectura de la Sagrada
Escritura y en la experiencia personal, que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta
también la cumplió y la sigue cumpliendo,
“iluminando nuestras mentes para que comprendamos cuál es la esperanza a la que
hemos sido llamados, la rica herencia que Dios da a los que son suyos.” ¿Aprenderemos a confiar “en la eficacia de su fuerza poderosa”? Convocados a ser uno en
Cristo para participar de su Plenitud.
Como
respuesta a la pregunta que le hacen los discípulos: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”,
imagino a Cristo esbozando una sonrisa comprensiva, no en balde ha sido un ser
totalmente intramundano, ha convivido con los hombres, les ha abierto su
corazón pero ellos no han aprendido a “mirar hacia arriba”. ¿Qué clase de reino
esperan todavía? ¿La riqueza, el poder, el engrandecimiento? Qué pronto han
olvidado aquella lección cuando discutían ente ellos sobre ¿quién era el mayor?
“No sea así entre ustedes, porque el que
se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Ni lo que,
sin duda, supieron que respondió a Pilatos: “Mi
Reino no es de este mundo”. Ya les y nos enviará al Espíritu para
comprender cuanto les y nos ha dicho. De su mismo Espíritu brotará la fortaleza
para cumplir la encomienda: “Serán mis
testigos hasta los últimos rincones de la tierra.” Los ángeles los sacan del asombro y les
confirman que “ese mismo Jesús que los ha
dejado para subir al cielo, volverá, como lo han visto alejarse”. ¡Revivamos
con fe lo que diariamente decimos en la
Misa!: “que vivamos
libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la
venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo”.
Sin
dejar de mirar al cielo, es hora de volver a los hombres y de anunciar la Buena
Nueva; es la hora de la Iglesia, es nuestra hora de “ir y enseñar a todas las naciones”. Su Palabra ya es promesa
cumplida: “Yo estaré con ustedes, todos
los días, hasta el fin del mundo”.
La
pléyade ejemplar de los que le han sido fieles, nos anima; aunque no hagamos
milagros, ni curemos enfermos, ni expulsemos demonios. Aunque nos digan que
vamos en sentido contrario, que es una utopía creer en el amor y en la bondad,
en el servicio desinteresado, en la fraternidad universal, y el mundo nos grite que abramos los ojos y
veamos el mal, el odio y la violencia, mostremos con las obras que el Señor “actúa con nosotros” y afirma nuestros
pasos. ¡Alguien que vale la pena, nos
espera, preparemos el encuentro final ya desde ahora!