sábado, 23 de junio de 2018

En la Natividad de San Juan Bautista. 24 Junio del 2018.-


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 49: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 138: Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 13: 22-26
Aclamación: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.
Evangelio: Lucas 1: 57-66. 80

“Vino un hombre, enviado por Dios, y su nombre era Juan. Vino para dar testimonio de la luz y prepararle al Señor un pueblo bien dispuesto”.

En la oración pedimos dones abundantes del Espíritu para la Iglesia; pero la Iglesia no es un ente abstracto, somos nosotros, cada uno de nosotros, de manera que al pedir para ella, pedimos para nosotros, para que nos guíe por el camino de la salvación y de la paz.

San Juan Bautista es un prototipo de ser humano que vivió intensamente su vocación, precisamente porque no opuso resistencia a la acción del Espíritu Santo; fue lleno del mismo desde el seno materno, aparece como un Isaías redivivo: “El Señor me llamó desde el vientre de mi madre, cuando aún estaba en el seno de mi madre, Él pronunció mi nombre”.

Cada uno de nosotros es nuevo un Isaías, un nuevo Juan. Si Dios no nos hubiera “pronunciado”, jamás hubiéramos llegado a la existencia y ¡eh aquí que ya somos! Es bueno considerar que la vocación toma su altura desde Aquel que convoca, que llama, que designa, que invita y ese Aquel es El Señor: “No te hubiera creado si no te hubiera amado antes”.  De modo que no podemos escudarnos en una cómoda ignorancia, ni en la inútil queja: “es que ellos eran santos”; no lo eran, se hicieron en el servicio de Dios, en la entrega al pueblo, en la clara manifestación del mensaje recibido: “Te voy a convertir en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra”.

La vida, condición esencial del envío, no la tenemos desde nosotros, la recibimos. Don encantador, pero riesgoso porque podemos llenarla de grises opacos, o de negrura informe e impedir que brille con la fuerza y el vigor de entrelazados colores de Arcoíris tal como Él nos la dio.

Recordar el inició abre el horizonte a lo que sigue: Si vine desde Él, a Él me debo. He recibido en préstamo todo cuanto poseo y he de aprender a actuar como aquellos que saben lo que tienen y de dónde proviene.

Los antiguos profetas, todos, vivieron de esperanza, de futuro escondido en las manos de Dios. Gozaron su presencia desde dentro, viviendo de una fe que nos conmueve, anima e ilumina. Juan fue el postrero, el inmediato, el gozne entre ambos testamentos.  Preguntado resolvió las incógnitas: “¿Eres Tú el que ha de venir o esperamos a otro?”  Habiendo bautizado a Cristo no tuvo el gozo de convivirlo. Creyendo completó su misión: “Yo soy la voz, detrás de mí ya viene la Palabra” y calló para siempre entregando su vida en un silencio incomprensible.