Primera
Lectura: del libro del Deuteronomio 5: 12-15
Salmo Responsorial,
del salmo 80
Segunda
Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 4: 6-11
Evangelio:
Marcos 2: 23- 3:16.
La
soledad es mala compañera cuando no está contigo, Señor. Trabajos, penas y aflicciones nos agobian
lejos de tu prese3ncia; reconocemos que tu providencia nunca se equivoca, sigue cobijándonos con tu
Espíritu y aleja de nosotros cuanto pueda alegarnos de ti.
No nos
pides, Señor, santificar el sábado; pero sí tenerte presente el domingo que es
tu día y debería ser el nuestro, al menos un rato para estar contigo; no eres
taxativo, ni aprisionarte, quieres persuadirnos, para nuestro propio bien, que
recordemos tiempos de esclavitud azarosa, pro más aún la gozosa liberación.
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo reflexionar en serio?, nos quedamos, como los
israelitas, en lo exterior, en lo relativamente fácil y no permitimos qu8e el reflejo del Espíritu
se note en nuestro rostro, en nuestras acciones, en la alegría de servir con
semblante siempre nuevo a Dios en Jesús, e Señor. Que el estribillo del salmo
resuene no solamente en los oídos sino en la vida toda: El Señor es nuestra fortaleza, por eso nuestro canto es siempre
nuevo.
Conocer
la gloria de Dios y saber que la llevamos en vasos de barro nos hace más
conscientes y cuidadosos, nos maravillamos porque no es un
barro cualquiera, es creación nueva, es transparente para que se refleje
desde nosotros el rostro de Cristo; por eso nunca nos sentiremos derrotados,
¡esta carne mortal ya está santificada!
Cualquier
pretexto es bueno para no comprometerse, aun invocar la ley para impedir abrir los ojos; te han
espiado Jesús, te reconvienen por perdonar los pecados, por comer con
publicanos y pecadores, por no ayunar ni Tú ni los discípulos, por arrancar
espigas en sábado; no te han aceptado como el médico que busca a los enfermos,
menos aún, como nos dejas muy claro, que eres el “dueño del sábado” ; tu mirada
de ira y de tristeza abarca a todos los corazones encerrados; esperamos no
encontrarnos entre ellos, sino más bien entere los que gozamos de tu presencia
que anima y que sana el cuerpo, pero sobre todo el alma y con ella al ser
entero.