Primera
lectura:
del libro del profeta Ezequiel 2: 2-5
Salmo Responsorial, del salmo 122: Ten piedad de
nosotros, ten piedad.
Segunda
Lectura:
de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 12: 7-10
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; El me ha enviado para anunciar a
los pobres la buena nueva.
Evangelio: Marcos 6: 1-6.
“Recordar
los dones del amor del Señor”, tenerlos presentes, es vivir en atmósfera de fe. Él ya
nos liberó y nos ha ofrecido “su alegría”
que culminará en la “felicidad eterna”.
La liturgia de hoy nos invita a preguntarnos qué tanto creemos en Jesús, qué
tan atentos estamos a su Palabra, o nos comportamos “como raza rebelde”. Si encontramos trazos de lo último, pidamos
con ahínco, repitiendo el Salmo, como el peregrino ruso: “Ten piedad de nosotros, ten piedad”.
Pablo nos deja ver su interior, la
fragilidad, la tentación, la experiencia de creatura lábil, una naturaleza como
la nuestra. ¿Seguimos su ejemplo de oración?, sin duda necesitaremos más de
tres veces para escuchar, allá dentro, la voz que conforta: “Te basta mi gracia, porque mi poder se
manifiesta en la debilidad”, así llegaremos convencidos a proclamar, sin
soberbia, porque nos sentimos avalados por el Espíritu: “Cuando soy débil, soy más fuerte, porque se manifiesta en mí el poder
de Cristo”.
El relato de Marcos no deja de ser
sorprendente, Jesús es rechazado por aquellos que creían conocerlo mejor. Llega
a su ciudad, a Nazaret, nadie le sale al encuentro. Su presencia sólo despierta
asombro; ignoran de dónde le ha venido tal sabiduría. Se preguntan de dónde le
viene la capacidad de hacer milagros, pero nadie se acerca a pedir la salud, la
paz, la conversión. Se han quedado en un conocimiento externo de Jesús: es un
trabajador nacido en una familia de la aldea, lo demás les resulta “desconcertante”. Se resisten a abrirse al
misterio que se encierra en su persona, no le aceptan como portador del mensaje
y de la salvación de Dios. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente,
conocen todos: «No desprecian a un profeta mas que en su tierra, entre sus
parientes y en su casa».
Entremos en
el corazón de Jesús y sintamos la tristeza que lo invade, está “extrañado de
la incredulidad de aquella gente”. ¿Encontrará en nosotros consuelo,
acogida, fe, cariño y compromiso, disponibilidad para que realice verdaderos
milagros de conversión, de crecimiento de fraternidad, de comprensión y
solidaridad? Volvamos con Pablo a pedir mil veces y más que nos dé la gracia de
recibir su Gracia.
¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los
que nos creemos « suyos »? En medio de un mundo que se ha hecho
adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿No vivimos
demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es
extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo
de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía?
Ésta es la preocupación de Pablo de
Tarso: « No apaguen el Espíritu, no desprecien el don de Profecía. Revísenlo
todo y quédense sólo con lo bueno » (ª
Tess. 5: 19-21). ¿No necesitamos mucho de esto los cristianos de
nuestros días?