jueves, 6 de septiembre de 2018

23º Ordinario, 9 septiembre 2018.-


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 35: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 2: 1-5
Aclamación: Jesús predicaba el Evangelio del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo.
Evangelio: Marcos 7: 31-37

El Señor es, al mismo tiempo Justo y Bondadoso, algo que nos parecería lógicamente imposible. Justo porque a cada quien le reconoce sus esfuerzos; Bondadoso porque, sean las que fueren, limpia nuestras culpas. Observamos su Ser y el nuestro y comprendemos que es el Único que puede “ayudarnos a cumplir su voluntad”.

En la oración, no importa que repitamos la reflexión, le pedimos a Dios: “protege a tus hijos que tanto amas”. Y realmente lo hace. ¡Cuánto hemos deformado la realidad de Dios con imágenes e ideas peregrinas! Nos dice San Agustín: “Si tienes una imagen de Dios, bórrala, ese no es Dios”. La pregunta incesante se hace presente: ¿Cómo eres, Señor?, no te puedo alcanzar… La respuesta nos llega Encarnada: En Jesús se nos hace presente, tangible, visible, cercano; es Jesús quien nos enseña a ser audaces, a volar más allá de la imaginación pequeña y transitoria: “Cuando oren, digan: Padre nuestro”. (Mt. 6:9) Y el Espíritu, por labios de San Juan, nos lo confirma: “Miren qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y además lo somos”. (1ª Jn. 3: 1) Invitación a crecer en la fe, a confiar y actuar de manera coherente: oro, pido, me arropo en el Padre, desde Él, como nos recordaba Santiago: “Provienen todos los bienes”.

Ya Isaías anunciaba la salvación total: “Ánimo, no teman; los ojos de los ciegos se iluminarán, los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como venados y la lengua del mudo cantará”. Jesús, el Mediador convierte en realidad la profecía; al recorrer los campos de Palestina, va dejando una estela de paz, de sonrisa y  cariño que vuelve al hombre a su ser primigenio: otros necesitaron que les abriera los ojos, que les consolidara las piernas, que reavivara su cuerpo; hoy su palabra “abre” los sentidos que todos necesitamos que nos cure. ”La fe llega por la palabra”, (Rom. 10: 17), ¿cómo escuchar con los oídos tapados? El sordo vive aislado, no sabe del mundo ni del hermano, las señas no le bastan, la soledad lo abraza y lo margina. Al mudo o “tartamudo”, se le tapia la comunicación y se le aumenta el desamparo. ¡Señor, la sordera y la mudez me acechan, impiden escuchar la invitación y pronunciar el compromiso, devuélveme al mundo y a tu mundo!

Sin saberlo, escuché tu Palabra el día de mi Bautismo: “Effetá”. “Que a su tiempo sepas escuchar su Palabra y profesar la fe, para gloria de Dios Padre”. Ya tocaste mis oídos y mi lengua para que sea capaz de “Anunciar las maravillas que el Señor me ha hecho”, ahora, toca mis ojos y mi corazón. ¡La vida será vida que viene desde Ti y me lleva a encontrar al hermano! Que reconozcamos, juntos: “Todo lo haces bien”, y lo sigues haciendo. ¡Gracias, Jesús, por ser como eres!