Primera Lectura: del libro del Eclesiástico 1:2, 2: 21-23
Salmo Responsorial, del salmo 89: Señor, te compasión de nosotros.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 3:
1: 1-5, 9-11
Aclamación: Dichosos los pobres de espíritu, porque de
ellos es el Reino de los cielos.
Evangelio: Lucas 12: 13-21.
“Señor, no tardes”; Tú no te retrasas, somos nosotros los que no nos
preparamos convenientemente para esperarte y recibir de ti lo que purificará
nuestro ser por completo, aquello que nos hará asemejarnos, cada día más. a
imagen de tu Hijo, Jesucristo, hermano nuestro, modelo perfecto, reflejo fiel
de tu propio ser. La tardanza del amado aumenta el gozo pregustado del
encuentro, ¿lo deseamos de verdad?, ¿meditamos con frecuencia la radical
sentencia del Qohelet: “dolores, penas, fatigas, agotamiento por conseguir
lo que no perdura?, todo es vana ilusión”. No se trata de condena de los
bienes temporales, sino de la medida exacta de las creaturas. No es sentencia
vacía, es aliento y luz que nos recuerda lo que ya reconsiderábamos el domingo
pasado: la regla del “tanto cuanto”; desde esta perspectiva comprendemos el
Salmo: “Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos”.
La súplica al Señor alegra el alma: “Llénanos
de tu amor cada mañana y júbilo será la vida toda”. Luz que ilumina cada
paso; tener los ojos y el corazón fijos en ella e irnos llenando de
aquello que perdura: “buscar los bienes de arriba, donde está Cristo, porque
hemos muerto y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.
Novedad que inició en nuestro bautismo y que pide florecer hasta la meta.
Sabemos que pide sacrificio: “no puedo ser el ser que quiero si no inmolo el
no-ser-del-ser-que-soy-ahora”; ¡cuánto peso inútil cargo en mi bagaje!
¡Cómo desfiguramos el mensaje
evangélico! : “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”;
caminos tortuosos y empedrados, que no acaban de entender el consejo de Cristo:
“Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la
abundancia de los bienes que posea”; rupturas entre hermanos, obtusos
deseos que obnubilan, legítimos amores desgarrados, y todo ¿para qué?
Jesús ha venido a enseñarnos cuál es
la herencia a la que debemos aspirar; ha venido a mostrarnos el camino de la
sensatez: “No acumulen riquezas para ustedes mismos, háganse ricos de lo que
vale ante Dios”, que con exactitud completa el evangelio de Mateo: “Donde
está tu tesoro, ahí está tu corazón”. (Mt. 6: 19-20). ¡Crea en nosotros, Señor,
¡un corazón puro!