Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 38: 4-6,
8-10
Salmo Responsorial, del salmo 39: Señor, date prisa en ayudarme
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 12: 1-4
Aclamación: Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor,
Yo las conozco y ellas me siguen.
Evangelio: Lucas 12: 49-53
¿Cómo sería nuestro mundo de la antífona de entrada: “un solo día en tu casa es más valioso para tus elegidos, que mil días
en cualquier otra parte”? Vivimos tan hacia fuera que no saboreamos al
Señor; falta de paz, hay un vacío asfixiante
cuando no se vive en comunicación, en búsqueda auténtica de lo que Dios
nos ha demostrado con amor apasionado hasta el extremo de darnos a su Hijo.
¿Dónde buscamos el Fuego que caliente lo profundo del corazón?,
¿encontraremos en lo superficial, en lo meramente sensible pero muy atractivo
lo valioso de la vida y del amor? ¿Decimos en serio que “vale más un día en la cercanía de Dios que mil en cualquier otra
parte”?
No es pesimismo, es realismo al ver familias desintegradas y ausentes de
valores, incapaces de promover con el ejemplo el bien y la rectitud, porque eso
significaría “la guerra”, prefieren pronunciarse por una paz ficticia que no
confronta, por una convivencia sin compromisos.
Jeremías, el profeta más parecido a la figura de Jesús, fue, como el mismo
Jesús, “signo de contradicción”, pues
no hablaba de lo que el pueblo quería oír, sino de lo que Dios le comunicaba;
perseguido, lanzado a un pozo cenagoso, nunca perdió la confianza, seguro
conocía el Salmo: “esperé en el Señor con
gran confianza, Él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegaria. Del charco
cenagoso y la fosa mortal me puso a salvo; puso mis pies sobre la roca y
aseguró mis pasos”.
No son mito la oración y la confianza que nacen del íntimo contacto con
Dios; tenemos en el capítulo 12 de la Carta a los Hebreos, una pléyade de
verdaderos “hijos de Dios”, iniciando con Jesús: “pionero y consumador de la fe…, mediten en el ejemplo de aquel que
quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores, y no se cansen ni
pierdan el ánimo, porque todavía no han llegado a derramar sangre en la lucha
contra el pecado”. Esta es la guerra que nos dará la paz, esa, la que nos
trae Jesucristo, “no como la da el
mundo”.
Son muchos los que interceden por nosotros, los que nos animan a seguir en
la carrera para llegar a la meta, ellos ya viven la total cercanía de Dios sin
temor de perderla y esa misma Gracia, ese sostén, ese Espíritu es el que nos
promete el Padre por medio de Jesucristo, quien no quiere “que vayamos ayunos porque desfalleceríamos en el camino”.
Lucas nos invita a continuar acompañando a Jesús en la subida a Jerusalén,
ahí recibirá el bautismo, la muerte; ahí encenderá totalmente el fuego que
quiere que arda en todo el mundo, ahí volverá a recordarnos la misión
encomendada a Él y a nosotros por el Padre.
No nos extrañe la aparente contradicción con otras partes del Evangelio: en
su Nacimiento: “Paz a los hombres que ama
el Señor”; después de su Resurrección: “Mi
paz les dejo mi paz les doy”. Necesitamos adentrarnos en los sentimientos
de Cristo Jesús para comprender la profundidad de esa Paz que provoca la guerra
interna contra nosotros mismos: “el que
se ama en esta vida, se pierde para la vida eterna”; Cristo en verdad que
vive el ser signo de contradicción, no hay término medio: Con Él o contra Él;
Luz o tinieblas, recoger o esparcir; “el
que me niegue ante los hombres, el Hijo del Hombre lo negará ante los ángeles
de Dios”. ¡Señor, eres tajante, pero nítido!, que queramos estar contigo
hasta las últimas consecuencias, “sácanos
de la charca fangosa”.