Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46:
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 1:
17-23
Evangelio: Mateo: 28,
16-20.
Es bueno “mirar al cielo”,
pero con los pies en la tierra. Aprender a ser, como nos dice San Gregorio:
“hombres intramundanos y supramundanos a la vez”. Entre las creaturas,
especialmente entre los hombres, a ejemplo de Jesús, sin huir contrariedades,
molestias, incluso la muerte, porque vislumbramos, más aún, sabemos que “su
triunfo es nuestra victoria, pues a donde llegó Él, nuestra Cabeza, tenemos la
seguridad de llegar nosotros, que somos su cuerpo.” Esta es la forma
de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos; ahora aquí en la entrega
incondicional al Reino; después allá, adonde Cristo nos ha precedido.
Camino al monte de la Ascensión, el
Señor Jesús refuerza nuestra confianza: “Aguarden a que se cumpla la
promesa del Padre…, dentro de pocos días serán bautizados en el Espíritu
Santo”. Hemos aprendido, en la lectura de la Sagrada Escritura y en la
experiencia personal, que “Dios es fiel a sus promesas”; ésta
también la cumplió y la sigue cumpliendo, “iluminando nuestras mentes
para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, la
rica herencia que Dios da a los que son suyos.” ¿Aprenderemos a
confiar “en la eficacia de su fuerza poderosa”? Convocados a
ser uno en Cristo para participar de su Plenitud
Como respuesta a la pregunta que le
hacen los discípulos: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía
de Israel?”, imagino a Cristo esbozando una sonrisa comprensiva, no en
balde han sido seres totalmente intramundanos, Él ha convivido con los hombres,
les ha abierto su corazón pero no han aprendido a “mirar hacia arriba”. ¿Qué
clase de reino esperan todavía? ¿La riqueza, el poder, el engrandecimiento?
¡Qué pronto han olvidado aquella lección cuando discutían ente ellos sobre
¿quién era el mayor? “No sea así entre ustedes, porque el que se
ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Ni lo que, sin
duda, supieron que respondió a Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo”.
Ya les y nos enviará al Espíritu para comprender cuanto nos ha dicho. De su
mismo Espíritu brotará la fortaleza para cumplir la encomienda: “Serán
mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.” Los ángeles
los sacan del asombro y les confirman que “ese mismo Jesús que los ha
dejado para subir al cielo, volverá, como lo han visto alejarse”. ¡Revivamos
con fe lo que diariamente decimos en la Misa!: “que vivamos libres de
pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la venida gloriosa
de nuestro Salvador Jesucristo”.
Sin dejar de mirar al cielo, es hora
de volver a los hombres y de anunciar la Buena Nueva; es la hora de la Iglesia,
es nuestra hora de “ir y enseñar a todas las naciones”. Su
Palabra es el aval: “Yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el
fin del mundo”.
La pléyade ejemplar de los que le han sido fieles, nos anima, aunque no
hagamos milagros, ni curemos enfermos, ni expulsemos demonios. Aunque nos digan
que vamos en sentido contrario, que es una utopía creer en el amor y en la
bondad, en el servicio desinteresado, en la fraternidad universal y el
mundo nos grite que abramos los ojos y veamos el mal, el odio y la violencia
que persisten, mostremos con las obras que el Señor “actúa con
nosotros” y afirma nuestros pasos. ¡Alguien que vale la
pena, nos espera, preparemos el encuentro final ya desde ahora!