sábado, 9 de mayo de 2020

5° domingo de Pascua, 10 mayo 2020


Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 6: 1-7;
Salmo Responsorial, del salmo 32
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 2: 4-9; 
Evangelio: Juan 14: 1 -12. 

¡Qué insistencia de parte del Espíritu, a través de la Liturgia, para que abramos lo más grande posible, nuestros ojos y nuestro corazón, para que nos solacemos en las maravillas de la Creación, para que no cese nuestra boca de reconocer las maravillas del Señor! La velocidad en la que vivimos, por la que nos hemos dejado arrastrar, nos impide los momentos de interiorización, de silencio, de asombro, de gratitud. ¿Nos hemos acostumbrado a ver sin “mirar”, a vivir lo inmediato como si nos fuera debido y no como regalo de nuestro Padre, a vagar sin rumbo?
En la oración persistimos, de otra forma, en lo pedido el domingo anterior: “que llegue tu pequeño rebaño, a donde ya está su Pastor resucitado”. Hoy: que su mirada de amor, sentido y consentido, nos mantenga y acreciente en la fe, para que “quienes creemos en Cristo, obtengamos la verdadera libertad y la herencia eterna.” Reinsistencia en lo que perdura, en lo que llena de paz, en lo que conduce a lo que debe ser, diario, nuestro único horizonte, como le decíamos en el Salmo hace ocho días: “Vivir en la casa del Señor por años sin término.” 

La primera lectura nos hace ver que, en toda comunidad, al fin y al cabo, formada por seres humanos, aparecen ciertas disensiones, envidias, malentendidos; la solución debe ser la misma: “Piensen, oren, disciernan, bajo la Luz del Espíritu Santo”. ¡Con qué increíble familiaridad, con qué convicción oran, creen y actúan buscando siempre lo mejor para que el Reino, la Iglesia, ¡crezcan! Ejemplo a imitar urgentemente: la importancia de la colaboración de todos, como “piedras vivas”, para la construcción del templo espiritual. Asistimos al nacimiento del diaconado, del servicio material y espiritual: los diáconos, que significa servidores, son elegidos de en medio de la comunidad, pero fijémonos en sus características: “honrados, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, y volvemos al punto crucial: El Espíritu Santo es quien prosigue la obra de Cristo. ¿Qué tan dispuestos estamos para esta elección-misión? La Iglesia somos todos, o existe una colaboración activa, o seremos “piedras muertas”. Hay muchas cosas que no pueden realizar los Pastores, sean obispos, párrocos, sacerdotes o religiosas, es imprescindible que cada fiel se sienta comprometido con el Cuerpo de Cristo, con los demás, con la promoción de la evangelización, con una sólida preparación. ¿Captamos lo importante que es nuestra respuesta?

Vamos juntos hacia el Padre, el único Camino es Jesucristo quien, gracias a las inquietudes y dudas de Felipe y Tomás, nos descubre su identidad con el Padre y nos anima a seguirlo para llegar a “la casa del Padre donde hay muchas habitaciones que ya nos tiene preparadas, para que donde Él está, estemos también nosotros.” Confirmamos la meta de nuestro caminar: la trascendencia y la felicidad sin límites, sin sobresaltos, sin temores. Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo.

Oremos al Espíritu Santo para que reafirme nuestra fe en el Padre, en Cristo y en Él mismo, no tanto para hacer “cosas mayores”, sino para mantenernos en la fidelidad y en el amor prácticos, constantes y crecientes.