Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 20: 10-13
Salmo Responsorial, del salmo 68: Escúchame, Señor,
porque eres bueno.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 12-15
Evangelio: Mateo 10:
26-33.
¡Confianza!
Es el hilo conductor de la liturgia de este domingo; confianza continuada,
firme, que si lo es, será segura, aunque el ámbito interior y exterior infundan
miedo, por eso sentimos la necesidad de buscarla más allá de las limitaciones y
las amenazas, de la debilidad de nuestra naturaleza dejada a sí misma.
Fe,
esperanza, confianza, están íntimamente unidas por el conocimiento de Aquel en
cuyas manos hemos dejado nuestro ser, pues nos ha sembrado en su amistad: “A
ustedes los he llamado amigos”; nuestras raíces se alimentan de la hondura
de Dios, como árboles plantados junto al río, jamás se secarán, producirán
frutos congruentes: respuesta de amor filial y alejamiento aun de lo más mínimo
que pudiera empañar esta relación.
No
estamos en la situación de Jeremías, ante una persecución abierta: “Oía
el cuchicheo de la gente…, todos esperaban a que tropezara, diciendo: si
tropieza y cae, lo venceremos…”, sino ante una más peligrosa: la
indiferencia, quizá la burla y el desprecio: ¡Mira estos todavía creen en Dios
y en Jesucristo, en que el Espíritu actúa en la Iglesia; creen en la oración y
los sacramentos; pobres ilusos!
¿Confiamos
como Jeremías, oramos como él?, “Señor de los ejércitos que pones a
prueba al justo y conoces lo más profundo de los corazones…, a Ti he
encomendado mi causa y has salvado la vida de tu pobre de la mano de los
malvados”; no queremos invocar al Dios de la venganza, sino de la misericordia, de
la luz, del perdón, para que, por nuestra firme adhesión a su voluntad, a
ejemplo de Jesucristo, invitemos a los hombres, a todos, a que descubran “que
el Señor es bueno”, que la prueba de esa bondad se encarnó en su Hijo
que vino a librarnos del pecado y de la muerte, y aun cuando veamos en nuestra
sociedad, y aun en nosotros mismos, los delitos, la creciente ruptura de
relaciones con Dios y entre los hombres, confiemos que “el don otorgado
por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos”.
Jesús,
nos pide tres veces que no temamos: “No teman a los hombres”, la
verdad acabará por relucir en todo su esplendor, nada quedará oculto, la Buena
Nueva no es pequeño anuncio de una alborada que queda inconclusa, sino realidad
de que el Padre nos quiere y nos cuida mucho más que a los pajarillos o a los
cabellos de nuestra cabeza; “valemos mucho más que todos los pájaros
del mundo”.
El
final del Evangelio de hoy nos hace pensar y volver a pensar si el entretejido
de nuestra vida avanza en el camino de la conjunción de Fe, Esperanza y
Confianza, si permanece mirando hacia la trascendencia, si nuestra unión a
Jesús y la aceptación y vivencia de sus criterios se convierten en la forma
cotidiana de los pasos, si con Él superamos los miedos internos y externos…, de
ser así, ¡saltaremos de gozo porque “nos reconocerá ante el Padre
que está en los cielos”!