Primera
Lectura: del libro de la Sabiduría 13, 16-19
Salmo
Responsorial, del
salmo 85: Señor, danos siempre de tu agua.
Segunda
Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los
romanos 8: 26-27
Evangelio: Mateo 13: 24-43.
La antífona de entrada nos invita a reflexionar si
de verdad vivimos colgados de Dios, si tenemos en Él, sin vanas
ilusiones, “nuestro auxilio y único apoyo”; y todavía más, para que
nos adentremos en la razón que avala estas actitudes: “me poyo en Ti,
Señor, porque eres Bueno”, ¿hace falta algo más convincente?
Sinceramente si penetramos en la Bondad de Dios y nos dejamos penetrar
por ella, crecerán, simultáneamente la confianza, la esperanza y la paciencia,
como nos explicará el Señor Jesús en el Evangelio.
El Libro de la Sabiduría nos lleva, a grandes
trazos, a considerar la historia de la humanidad y nuestra propia historia y a
reconocer, desde nuestra pequeñez, que “no hay más Dios que el Señor”.
Somos hechura suya, nos cuida, nos guía, no con mano férrea sino con delicadeza
y dulzura, con esa paciencia, única en Él, que sabe dar su tiempo a cada ser,
que nos indica lo que perdura, lo que salva, lo que realiza esa colaboración
que aguarda de cada uno de nosotros: “el justo debe ser humano”.
¡Cuánto abarca ese “ser humano”! Tolerante, paciente, comprensivo,
servicial, capaz de juzgar y condenar las injusticias y buscarles remedio, pero
que nunca juzga a las personas, pues solamente Él conoce las intenciones del
corazón. Ciertamente no deja de estremecernos su Palabra: “muestras tu
fuerza y tu poder soberano a quienes, conociéndote, desconfían”, pero nos
confortan las que siguen: “juzgas con misericordia y gobiernas con
delicadeza…, y siempre nos das tiempo para arrepentirnos.”
En el fragmento de la carta a los Romanos, se abre
un amplísimo horizonte de esperanza: “no sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el Espíritu intercede por nosotros”, ¿podemos vislumbrar un
apoyo más seguro?, Él nos conseguirá lo necesario conforme a la voluntad de
Dios, ¿convendrá pertenecerle?, una vez más, desde nuestra experiencia de
creaturas e hijos, desde nuestra inconstancia, miopía y egoísmo, ¿a Quién mejor
acudiremos que nos fortalezca y sostenga?, por eso ya cantamos en el
Salmo: “Tú, Señor, eres bueno y clemente”, en Ti está la seguridad
que todo hombre anhela. ¡Haznos conscientes, lúcidos, fervientes!
Las tres parábolas que patica Jesús: la convivencia
del trigo y la cizaña, el grano de mostaza, la levadura en la maza, nos ponen
en sintonía con la realidad del Reino: todo pide tiempo, ritmo y paciencia. La
realidad de una coexistencia que quisiéramos que no existiera: el Bien y el
mal, que no podemos atribuir al Señor, que captamos que son fruto de nuestras
respuestas y que, no será en “este mundo” que veamos la total eficacia del
Reino, pero que sí debemos de esforzarnos por construirlo; la Sabiduría de Dios
tiene otra línea, su Prudencia se reserva el juicio final donde aparecerá lo
que es realmente bueno y lo que es malo. Aceptemos que aquí en la tierra, los
procesos personales y sociales, tienen su ritmo de crecimiento y que no es
posible hacer resplandecer el bien absoluto, aun cuando nos parezca
insuficiente, “el mal menor es, con frecuencia, que el mejor bien posible”.
¡Seamos pequeña semilla, buena levadura, minoría quizá, pero confiemos que el
Señor “cuida del bien de los que lo aman”!