Salmo Responsorial, del salmo 144: Acuérdate, Señor, de tu misericordia.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8:
9, 11-13
Evangelio: Mateo 11: 25-30.
Recordar lo agradable, anima, fortalece,
entusiasma; ¿con qué frecuencia recordamos “los dones del amor del
Señor”? No es necesario hacerlo en medio de su templo, es posible siempre,
en el templo de nuestra interioridad: “Ustedes son templos de Dios”,
y más consolador lo que el mismo Jesús asegura: “El que me ama,
guardará mis mandamientos, vendremos a él y haremos en él nuestra morada”.
Recordar los dones, es recordar, tener presente, al dador de los dones y al
hacerlo, conocemos y reconocemos su bondad, su compasión, su misericordia, su
amor y brotará, espontánea, la alabanza; bendeciremos al Señor, “diremos bien”
de Él, como él lo hace de nosotros.
Al domingo antepasado lo llamamos: ¡liturgia
de la Confianza!, hoy es de la alegría y el reposo. ¿Qué mayor alegría que
sabernos libres de la esclavitud del pecado? Ya anuncia esa alegría
Zacarías: “Mira tu Rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y
montado en un burrito”, arco que se abre aquí y se cerrará en el
Domingo de Ramos en el que vemos a Jesús, no con esplendor ni montando un
caballo, sino en un burrito, descalificando los poderes terrenales, los
carros y los arcos, para trocar el poder que subyuga por el que lleva a la paz
y ofrece un reposo que no termina, en la felicidad eterna.
No aceptar a Cristo, vivir al margen de su mensaje,
(¡cuántos lo hacemos “de manera callada”!), es sencillamente no tener el
Espíritu de Cristo, y “continuar sujetos al desorden egoísta que hace
del desorden regla de conducta”. Con tristeza nos vemos envueltos en ese
desorden; con tristeza y angustia constatamos que la humanidad, nuestra
sociedad, y nosotros con ellas, nos movemos en ese “desorden egoísta”,
que nubla la visión, cierra el horizonte y priva de la paz, la felicidad y el
reposo. ¡Qué luz nos ofrece, el cambio!, “si el Espíritu del Padre, que
resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros”, ese mismo
Espíritu “dará vida a nuestros cuerpos mortales”, inicio, sin fin,
de esa alegría y reposo, tan anhelados.
Mateo nos permite contemplar a Jesús que da libre
curso a lo que llena su corazón: ora lo que vive y vive lo que ora; dejémonos
impresionar por su actitud, sus palabras, su ejemplo, su invitación.
¿Consideramos la oración como dimensión importante
en nuestro diario caminar? Jesús la hace en medio de la actividad; oración
filial, intensa, cimentada en la unidad del Padre con el Hijo; brota de la
riqueza de su vida interior en constante relación con el Padre. “¡Da
gracias!”, reconoce y alaba. ¡Cuánto por aprender! Son los”
sencillos” quienes comprenderán “estas cosas”: la unidad
del Padre y el Hijo, la divinidad de Jesús, la realidad de que sólo Él es
Camino para ir al Padre. Esto es incomprensible para “los sabios y
entendidos”, para quienes buscan un Dios a la medida de su razón y piden
pruebas “lógicas”. Una vez más, ¿confiamos en la acción del Espíritu de Dios en
nosotros?
“Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón,
y encontrarán reposo, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”. Jesús no oculta que el camino
es arduo, pero posible. Él va delante y nos promete, Palabra de Dios, que “dará
alivio a los fatigados y agobiados”, hagámosle caso, todavía más cuando la
fatiga y el agobio nos acosen. Pidamos ser sinceros con Él y con nosotros
mismos.