domingo, 20 de septiembre de 2020

25°. Ord. 20 septiembre 2020.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 55: 6-9
Salmo Responsorial,
del salmo 144 
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 1: 20-24, 27
Evangelio:
Mateo 20: 1-16.

Dios Bondad, Dios apertura, Dios siempre a la escucha. ¡Cuántas veces lo hemos experimentado, y, sin embargo, nuestras voces no ascienden con la frecuencia, con la confianza, con la seguridad de ser escuchados! ¡Convéncenos, Señor, de que estás más presto de lo que imaginamos, a oír nuestras súplicas! Hoy te pedimos la gracia de “descubrirte y amarte en cada hermano”; que ilumines el corazón y las entrañas porque, solamente así, lograremos, con tu presencia, alcanzar lo único que debe importarnos en esta vida: ¡llegar hasta Ti!, que eres la Vida Eterna.

 “Buscarte mientras pueda encontrarte”, ¿cómo buscarte si, como nos recuerda San Agustín, yo no existiría si no estuvieras ya en mí? Lo que vivo constantemente es que “tus pensamientos no son los míos”. ¡Ayúdame a estar en sintonía con tus deseos, con la esperanza que has depositado en mí, a reaccionar a tu favor, que es a mi favor, contra tantas mociones que revolotean a mi alrededor, contra la facilidad de ir pasando como sombra por la vida sin dejar huella; a regresar, cada tarde a tu regazo y a reordenar pensamientos y deseos; a la constante conversión y a tu perdón que es paz profunda, que es solaz! “Tus designios son justos y no estás lejos de los que te buscan sinceramente.” ¿Por qué me canso de invocarte? ¿Por qué mi confianza tambalea? ¿No tengo ya suficientes pruebas de que solo no puedo? Muy lejos, de hacer mía la expresión de San Pablo: “para mí, la vida es Cristo y la muerte una ganancia”; sin embargo, arden deseos de tener los deseos “de que sea en vida, sea en muerte, te pertenezco” y de que cuanto realice en Ti y por Ti, tiene repercusión de eternidad!

Cualquier hora es oportuna para ir a “tu viña”. Sin medir el peso del día o del cansancio, con los ojos puestos en Ti, “el Gran Denario”, crecer en el esfuerzo, “que a jornal de gloria no hay trabajo duro”.

Gracias, Señor, por resanar el miedo, por abrir horizontes de ternura, porque das a mis pasos un sentido, porque puedo mirar hacia arriba y encontrarte sonriendo.

Gracias, Señor por ser como eres, por haberme invitado y por seguir confiando en mi respuesta más allá de mis yerros, y olvidos y apatías.