Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 25: 6-10
Salmo Responsorial, del salmo 22
Segunda lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 12-14, 19-20
Evangelio: Mateo 22: 1-14
La Antífona de entrada nos prepara para constatar la universalidad del amor de Dios, que, al serlo, nos incluye a todos; “en Dios no hay acepción de personas”, su perdón y su misericordia, son como Él, inagotables; por eso brota en nosotros, seamos como seamos, algo que sobrepasa la esperanza: la certeza. Mi Padre bueno, me ama, me comprende, me acoge, me invita, me proporciona el vestido de fiesta, me espera para acompañarme, para enseñarme, para inspirarme la concreción exacta de mi respuesta a Él en el amor y en el servicio a los demás, a todos, como Él: sin peros, sin condiciones excluyentes. ¡No es una utopía! “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.
El Profeta nos confirma: “El Señor del universo, preparará un festín con platillos suculentos para todos los pueblos”. Un banquete es momento de convivencia, de amistad, de cercanía; eso es lo que nos prometió y ya cumplió, más aún, sigue invitándonos a la claridad, a la alegría, a la plenitud. En verdad “¡Aquí está nuestro Dios!” ¡Cómo no repetir convencidos: “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”! Nos conduce a los mejores prados, a las aguas más cristalinas, a su propio Corazón traspasado de donde manan “ríos que saltan hasta la vida eterna”.
Manifestación clara de esa apertura infinita de Dios: la acción del Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II, Iglesia, luz del mundo, Iglesia Ecuménica, Iglesia en diálogo con todos, Iglesia continuadora de la Revelación, Iglesia de la libertad y el crecimiento, Iglesia, estandarte de Cristo Vivo. ¿Queremos más pruebas del amor de Dios, de la predilección por los hombres, de la esperanza que sigue teniendo en cada uno de nosotros? Imposible asistir al “Banquete de Bodas” sino en Iglesia, en comunidad, en mutua aceptación, en apoyo constante, vestidos y “revestidos de Cristo” (Gál. 3: 27)
Jesús, como verdadero hombre, sabe lo que significa un banquete y más un banquete de bodas; se refiere a “las suyas con la humanidad entera”, por eso invita a todos.
Con la misma claridad con que lo hizo el domingo pasado, echa en cara a los sumos sacerdotes y a los ancianos las consecuencias del rechazo de los profetas enviados a preparar el Reino. Cabe preguntarnos si de alguna forma los reencarnamos al vivir una fe anclada en la aceptación solamente intelectual, encerrada, temerosa del compromiso. ¿Qué tan rápido salimos a los cruces de los caminos a invitar, a cuantos encontremos, al Banquete? Nuestras acciones hablan por nosotros, ¿vamos con entusiasmo, sabedores del significado del convite?, ¿ayudamos a proporcionarles “el vestido de fiesta”?
Estar “adentro” no necesariamente implica el quedarse, por eso, volviendo a San Pablo, que nuestra actitud convencida sea: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.