sábado, 14 de agosto de 2021

La Asunción de María. 15 agosto 2021.-


Primera Lectura:
del libro del Apocalipsis 11: 19, 12: 1-6, 10
Salmo Responsorial,
del salmo 44: De pie, a tu derecha, está la Reina
Segunda Lectura:
de la 1ª carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-27
Evangelio:
Lucas 1: 39-56

“Un gran signo  apareció en el cielo” y lo resumimos en un nombre: María, basta seguir la descripción para identificarla.

En continuas ocasiones hemos pedido a nuestro Padre que nos ayude a comportarnos como verdaderos hijos suyos; ahora ponemos por intercesora y vemos como ejemplo a seguir a María: Hija y Madre, culminación perfecta de nuestra realidad de criaturas; obediente y exaltada, “esclava” y Reina; camino abierto para que aprendamos a realizarnos como ella y vivamos en la ansiada esperanza de gozar cercanamente de su amor toda la eternidad. 

San Juan, en el Apocalipsis, describe simplemente lo que vivimos: la lucha entre el bien y el mal: María que da a luz al que es La Luz y el dragón, color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, como personificación del mal. Parecería que el destino del pequeño por nacer será trágico, pero Dios está presente. La huída de la mujer al desierto, guiada por Dios, la pone a salvo. Es María, es la Iglesia, somos nosotros, acosados por el demonio, por el mal, por las tentaciones, pero nos llena la esperanza al escuchar el canto de triunfo: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder del Mesías”. 

Como María, como la Iglesia, necesitamos ese “desierto”, soledad y oración que fortalezca y resguarde. María, llena de Dios, morada viva de Dios, por quien El Padre nos entrega a Cristo vencedor del pecado y de la muerte, es la muestra fehaciente de nuestra propia vida, de lo que el Señor espera de cada uno de nosotros: estar llenos de Él, ser su morada, dar a Cristo a los demás. La corona, aunque un poco diferente, será la misma: El Reino. Ella, después de “su dormición” como llaman los Santos Padres y la Primitiva Iglesia a la muerte de María, fue llevada en cuerpo y alma al cielo, lo que hoy celebramos. Nosotros, después del momento de nuestra muerte, gozaremos con ella, a condición de habernos parecido al Hijo y a la Madre.

Bellamente el Concilio Vaticano II, en el documento sobre la liturgia, nos ayuda a considerar la grandeza de María, precisamente por su íntima relación con Cristo Salvador: 

“La Santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera.”  Y si la Iglesia lo ansía y lo espera, nosotros lo ansiamos y esperamos. 

“De pie, a tu derecha, está la Reina”, no puede ser otro el “sitio” de María. Sintámonos cobijados por su manto, por su mirada, por su ternura, gocémonos con su gloria. Ella es la primera en quien se realiza lo que narra San Pablo: “Cristo, primicia de los resucitados”, María, por su total identificación con Cristo, es la Primera en experimentar, en plenitud, lo que Cristo inauguró: “El cielo nuevo, la tierra nueva.” Hacia ellos vamos, las puertas abiertas nos esperan. Pidámosle que sus pasos guíen los nuestros para llegar, como el mismo Jesús nos promete: “Donde yo esté, que ellos estén conmigo”, paralelamente, que donde ya está la Madre, estemos también los hijos. 

Al considerar nuestra débil naturaleza, sintamos, por sobre ella, la alegría, la confianza y la apertura que vivió María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava…”

El camino para llegar a nuestro fin: “ser poseídos por Dios”, está ahí: en dejarnos VER por Él, y, que encuentre la humildad: la verdad de nuestro ser de criaturas, reconocedoras de su origen y meta, entonces con plena convicción exclamaremos: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.    

En Él y con Él, en Ella y con Ella, no habrá duda de que llegaremos a donde ya nos aguardan.