Primera Lectura: del primer libro de los Reyes 19: 4-8
Salmo Responsorial, del salmo 33: Haz la prueba y verás que bueno es el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 4:30-5: 2:
Evangelio: Juan 6: 41-51.
Tu Alianza, Señor, es imperecedera, ¿cómo te pedimos que no la olvides? Tú que nos conoces, haz que seamos conscientes y elevemos nuestras voces hasta Ti. Te pedimos el Pan que fortalece, el Pan que transforma, el Pan que nos hace crecer como hijos tuyos, para que, al reconocer en nosotros a Jesucristo, nos permitas participar de la herencia eterna.
Ignoramos lo largo del camino que nos queda por recorrer. Al intentar medirlo desde nuestra perspectiva antes de iniciarlo, el temor y el cansancio nos invaden, y evitamos el esfuerzo. Elías, se sabía lleno de Ti, la lucha por ser portador de tu Palabra y la nula respuesta del pueblo, quizá su propia flaqueza, lo desanima y por eso pide: “Quítame la vida, no valgo más que mis padres”.
El sueño, ventana de evasión, se convierte en fácil herramienta de huida, en frágil espejo de paz; pero Tú no cejas, dos veces despiertas su conciencia, le ofreces lo necesario y vences: “Comió y bebió, y con la fuerza de ese alimento caminó, cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios”.
Si al Profeta, colmado de tu Espíritu, tuviste que sacudirlo dos veces, ¡cuántas no tendrás que sacudirnos y alimentarnos para quedar convencidos de que tu camino es el único! ¡Despiértanos, Señor, ¡para que “hagamos la prueba y confirmemos que de verdad eres Bueno”!
Esta experiencia evitará “que contristemos al Espíritu con el que nos has marcado para el día de la liberación final”. El camino entre los hermanos estará lleno de comprensión, de servicio, de perdón y de un amor lo más semejante al de Jesús. Imposible iniciarlo y menos aún continuarlo, sin Ti, sin Él, sin el Espíritu.
Soñar el camino, es placentero; en el sueño nada duele, nada cuesta. Contemplación engañosa que nos impide bajar a la realidad; ésta sí duele, exige trabajo, dominio propio, oídos abiertos, fe actuante, confianza sin límites, ¿dónde conseguir el entusiasmo, ¿cómo crecer en fortaleza? No tenemos que ir muy lejos, ya está puesta la mesa y en ella, no el pan que comió Elías, sino “el Pan vivo que ha bajado del cielo”, Jesucristo en presente, todo entero.
La gente que tocaba su manto, de inmediato sanaba, ¿qué explicación le damos si, aun después de comerlo, nos sentimos enfermos de duda y de pereza? ¿Le creemos en serio? Ojalá la respuesta quiera ser positiva, sólo así resonará en nosotros la eternidad como eco: “Yo les aseguro que el que cree en Mí, tiene vida eterna”.
El Padre escuchó nuestras voces hambrientas, aunque nada dijéramos, bastó con contemplarnos pobres y desvalidos y nos envió a Jesús, hacia Él nos guía, por eso lo encontramos, y en Él, la fuerza poderosa de la resurrección.