viernes, 14 de enero de 2022

2°. Ordinario, 16 ene4ro 2022.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 62: 1-5
Salmo Responsorial, del salmo 95: Cantemos la grandeza del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios
12:2 4-11
Evangelio: Juan 2: 1-11.

Todavía con el sabor del amor y del misterio que el Padre nos ha revelado en Jesucristo, comenzamos la serie de domingos ordinarios, con la atención despierta, con la expectación constante para seguir creciendo en la profundización del significado de todo lo que en este tiempo de Anuncio, Navidad, Epifanía, Bautizo del Señor hemos vivido.

Ansiamos de verdad que la antífona de entrada se vuelva realidad: “Que se postre ante el Señor la tierra entera, que todo ser viviente alabe al Señor”. ¿Llegará el día en que la humanidad entera aprenda a levantar los ojos, a doblar las rodillas agradecidas por tanto bien recibido, a dejarse guiar por el amor paterno y a comprender que solamente así transcurrirán los días en paz y en armonía? Tú mismo lo prometes, Señor y tu palabra es verdadera: “Por amor a mi pueblo” – que somos todos – “haré surgir al justo y brillará su salvación como una antorcha”.  Nuestra esperanza, espera, a pesar de vivir largos lapsos de obscuridad y angustia. No más desolación, ni sombra de abandono; no se trata de Ti, somos nosotros los que hemos tergiversado el camino y damos pasos de ciego en medio de la luz, por eso deseamos escuchar tu palabra que alumbra, entusiasma y anima: “A ti te llamarán ´Mi complacencia´, y a tu tierra ´Desposada´”. ¿Puede haber algo que cause más alegría que el sabernos complacencia de Dios?, ¿puede un esposo enamorado olvidar el día de su boda? ¡Renuévanos, Señor, la memoria para poder cantar tus grandezas y especialmente la mejor de todas: “Que nos has llamado a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo”! 

El Espíritu ha derramado dones a raudales, todos “para el bien común”, para que ayudándonos los unos a los otros, reencontremos el camino de la Vida, la comunidad que supera las divisiones porque es el mismo Espíritu el que actúa en nosotros, de Él viene la posibilidad de la justicia y la seguridad de la salvación. ¿Reconocemos y usamos los que nos ha dado? 

En el Evangelio de hoy, San Juan nos muestra, en María, un modelo de quien pone en acción los dones personales para bien de los demás.

Jesús y María han sido invitados a una boda; la alegría llena el recinto y parecería que nadie se ha dado cuenta de algo que resultaría bochornoso, de algo que rompería la alegría de la fiesta; pero… ahí está María, la mujer perspicaz, la atenta, la cuidadosa, la que vela por todos, la silenciosamente humilde y confiada; se acerca a Jesús y le dice: “Ya no tienen vino”. Asimila la respuesta desconcertante de su Hijo: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora”, y con el amor y la confianza de Madre de Jesús y Madre nuestra, Intercesora inigualable, indica a los servidores: “Hagan lo que Él les diga”. Ya escuchamos y conocemos la secuencia. Agua convertida en un vino mejor que el primero; asombro de los sirvientes que habían hecho caso a María y a Jesús y el reproche admirado al novio, de parte del encargado de la fiesta.

Dos actitudes deberían seguir latiendo en nosotros: continuar escuchando a María que nos repite: “Hagan lo que Él les diga” y la mente y el corazón abiertos de los discípulos que “creyeron en Él”.