Primera Lectura: del profete Jeremías 38: 4-6, 8-10
Salmo Responsorial, del salmo 39: Señor, date prisa en ayudarme.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 12: 1-4
Evangelio: Lucas 12: 49-53
Imagino cómo seríamos, cómo sería nuestro mundo, nuestra sociedad, si experimentáramos en realidad lo expresado en la antífona de entrada: “un solo día en tu casa es más valioso para tus elegidos, que mil días en cualquier otra parte”. Vivo, vivimos tan hacia fuera que no saboreamos al Señor; veía en el Canal María Visión, una entrevista sobre la virtud de la pureza, y, el conductor hacía referencia a esa falta de paz, a ese vacío que experimenta el ser humano cuando no vive en comunicación, en búsqueda auténtica de lo que Dios nos ha demostrado con amor apasionado hasta el extremo de darnos a su Hijo. ¿Dónde buscamos el verdadero Bien, el Fuego que calienta lo profundo del corazón? Me recordó el programa un artículo del www.catholic.net que comentaba, según los datos de la Unidad de delitos telemáticos, que existen 750 millones de páginas pornográficas en internet y que el 66% de los muchachos pasan de 6 a 8 horas “consultándolas”, ¿encontrarán ahí lo valioso de la vida y del amor? ¿Podrán decir que “vale más un día en la cercanía de Dios que mil en cualquier otra parte”? No es pesimismo, es realismo al ver familias desintegradas y carentes de formación espiritual, ausentes de valores, incapaces de promover con el ejemplo, porque eso significaría “la guerra”, y desean una paz que no confronte, una convivencia sin molestias y sin compromisos.
Jeremías, la imagen del profeta más cercana a la figura de Jesús, fue, como el mismo Jesús, “signo de contradicción”, pues no hablaba de lo que el pueblo quería oír, sino de lo que Dios le comunicaba; perseguido, lanzado a un pozo cenagoso, sin embargo, nunca perdió la confianza, bien que conocía el Salmo: “esperé en el Señor con gran confianza, Él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias. Del charco cenagoso y la fosa mortal me puso a salvo; puso mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos”.
No son mito la oración y la confianza que nacen del íntimo contacto con Dios; ahí tenemos todo el capítulo 12 de la Carta a los Hebreos, una pléyade de verdaderos “hijos de Dios”, iniciando con Jesús: “pionero y consumador de la fe…, mediten en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo, porque todavía no han llegado a derramar sangre en la lucha contra el pecado”. ¡Esta es la guerra que nos dará la paz, esa, la que nos trae Jesucristo, “no como la da el mundo”!
Son muchos los que interceden por nosotros, los que nos animan a proseguir en la carrera para llegar a la meta, ellos ya viven la total cercanía de Dios sin temor de perderla y esa misma Gracia, ese sostén, ese Espíritu es el que nos promete el Padre por medio de Jesucristo, quien no quiere “que vayamos ayunos porque desfalleceríamos en el camino”.
Lucas nos invita a continuar acompañando a Jesús en la subida a Jerusalén, ahí recibirá el bautismo, la muerte; ahí encenderá totalmente el fuego que quiere que arda en todo el mundo, ahí volverá a recordarnos la misión encomendada por el Padre. a Él y a nosotros.
No nos extrañe la aparente contradicción con otras partes del Evangelio: en su Nacimiento: “Paz a los hombres que ama el Señor”; después de su Resurrección: “Mi paz les dejo mi paz les doy”. Necesitamos adentrarnos en los sentimientos de Cristo Jesús para comprender la profundidad de esa Paz que provoca la guerra interna para superarnos: “el que se ama en esta vida, se pierde para la vida eterna”; Cristo en verdad que vive el ser signo de contradicción, no hay término medio: Con Él o sin Él; Luz o tinieblas, recoger o esparcir; “el que me niegue ante los hombres, el Hijo del Hombre lo negará ante los ángeles de Dios”. ¡Señor, eres tajante, pero nítido!, que queramos estar contigo hasta las últimas consecuencias, “sácanos de la charca fangosa”.