sábado, 5 de noviembre de 2022

32 Ord. 6 noviembre 2022.-


Primera Lectura
: del segundo libro de los Macabeos 7, 1-2, 9-14
Salmo Responsorial, del salmo 16: Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 2: 16 – 3:5
Evangelio: Lucas 20: 27-38.

Insiste la Antífona de Entrada: Dios escuche nuestras súplicas, “¿El que hizo el oído no va a oír? Hemos de preguntarnos qué tan constante es nuestra súplica, nuestra oración, la viva presencia de Dios en nuestras vidas. Escuchamos el eco de la advertencia de Jesús: “Oren sin intermisión.” Y del Salmo: “Al despertar, contemplaré tu rostro”. Vivir en la conciencia de futuro, de trascendencia, de sabernos caminantes no hacia “otra vida” sino hacia “La Vida Otra”, de la permanencia real de nuestro ser para siempre: “Para ser como en Ti al principio era”. Recordamos el Libro de la Sabiduría: “Si algo hubieras aborrecido no lo hubieras creado. Amas a todas tus criaturas.” Señal inequívoca de su Amor por nosotros: la existencia, ¿conmueve nuestra interioridad?: ¿permanece viva la conciencia de que vamos hacia Él? 

De la primera lectura, nos fijamos en el testimonio de vida eterna: de Resurrección: los jóvenes martirizados han aprendido de labios de su madre la rectitud y la fuerza de la fe: “Tú nos arrancas la vida presente, pero el Rey del Universo nos resucitará a una vida eterna, puesto que hemos muerto por fidelidad a sus leyes.” Y el cuarto, con el que termina el relato de hoy: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.” Participamos de la vida divina y ésta es inmortal. Bajemos a nuestro interior y preguntémonos ¿por qué nos afanamos tanto por lo que no dura?

El Salmo nos confirma en esta fe: “Al despertarme, espero saciarme de tu vista”. Lo contemplamos con nuestros ojos. Ya lo decía Job: “Sé que mi Redentor vive y con estos ojos lo contemplaré, yo, no otro…”, (19:25-27), como contemplaron a Jesús Resucitado los Apóstoles. No sabemos cómo será el hecho mismo de la resurrección, pero sabemos que será. Y en esta fe y esperanza caminamos.

Pablo insiste en la gratuidad de la Gracia, de la Vida Eterna, por los méritos de Cristo; por Él tenemos el “consuelo eterno y una feliz esperanza” Y al final nos conforta, como él mismo se siente confortado: “Que el Señor dirija sus corazones para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.”

¡Qué diferencia tan grande con los que no tienen esperanza! Los saduceos, fundamentalistas, arraigados exclusivamente en el Pentateuco, “se ríen de la resurrección” y proponen una trampa a Jesús. Aducen la Ley del Levirato (Deut. 25: 5-10), mantienen la visión inmediatista: Dar descendencia al nombre del hermano, físicamente ya que todo termina en esta tierra. Jesús responde de inmediato: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni morirán, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues Él los habrá resucitado.” Será una vida verdaderamente biológica, pero de otro nivel; y se nos se presenta Cristo Primogénito de los Resucitados, “vean, un fantasma no tiene carne y huesos como ven que yo tengo…, y todavía para tranquilizarlos más: ¿tienen algo de comer?”; este salto sobrepasa nuestra lógica, pero se confirma la Fe: Él está ahí, presente, conversando, comiendo, seguramente riendo con los.

La conclusión deja mudos a los saduceos y nos pinta de certeza la esperanza, la cita es tajante: “Dios de Abrahám, Dios de Isaac, Dios de Jacob, Dios no es Dios de muertos sino de vivos, para Él todos viven.” 

Miramos nuestro interior: ¿vivimos con el Dios vivo? ¿Hacemos creíbles nuestras acciones haciendo realidad las palabras del mismo Jesús?: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá.” Y, “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día.” San Pablo nos anima: “Los padecimientos de esta vida no son comparables con el peso de gloria que se revelará en nosotros.”