Primera Lectura: del libro del Éxodo 22: 20-26Salmo Responsorial, del salmo 17: Tú, Señor, eres mi refugio.
Segunda Lectura: del la carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 1: 5-10
Evangelio: Mateo 22: 34-40
¿Buscamos señales que nos
confirmen la rectitud del camino en que andamos?, la Antífona de entrada las
enciende: “Alegría porque buscamos al Señor”; si alguno se retrasa,
surge el imperativo que endereza: “Busquen la ayuda del Señor, busquen
continuamente su presencia”. Tres veces nos urge el verbo a movernos,
porque cómodamente acomodados nada llegará mágicamente. Profundicemos en el
fruto: “alegría”, y subrayemos el adverbio: “continuamente”.
El encuentro con Dios es conjunción de dos Personas, Él nos busca desde
siempre, no cesa de hacerse encontradizo, somos nosotros los que nos mostramos
remisos y retrasamos “la alegría” que proclamamos desear
tanto. ¿Tememos, acaso, tratar de ser lo que queremos ser?, repitamos con
corazón consciente, la petición que juntos expresamos en la oración: “Aumenta
en nosotros la fe, la esperanza y la caridad…”, actitudes, virtudes,
disposiciones verticales que facilitan, desde nosotros, ese encuentro con Dios,
con esas fuerzas “cumpliremos con amor sus mandatos” y
llegaremos, gozosos, al único final que colme nuestro ser: a Dios mismo en el
Reino de los cielos.
Amar a Dios en tono abstracto,
está siempre al alcance, sin esfuerzo, vamos llenando la vida con ilusiones
bellas; ¡qué fácil es soñar sin que los pies se cansen, sin que el sudor cubra
la frente, sin que los huesos crujan, sin fatiga en la mente, sin movernos del
sitio en que soñamos!
El verdadero amor, el que desciende
y asciende en vertical, si no se muestra activo en forma horizontal, es falso y
vano; busquemos en nosotros las señales que arriba pretendíamos: escuchemos al
Señor: “No hagas sufrir ni oprimas al extranjero, no explotes a las
viudas ni a los huérfanos…”, los he tomado a mi cuidado y “cuando
clamen a mí, Yo escucharé, porque soy misericordioso”. Aleja de tu
vida abusos, usuras y despojos; haz visible tu amor, ayuda a ser y a crecer,
ilumina sus vidas como Yo lo he hecho con la tuya;
te convertí en “mis manos” para alargar mis dones, ¡no las cruces!
En la carta de Pablo vemos las concreciones: los tesalonicenses fueron
campo que regó con su fe y con sus actos igual que las provincias romanas de la
Grecia y fueron difusores de la Palabra y de la Vida, su ejemplo convenció y
dirigió los pasos vacilantes hasta el encuentro con el Dios vivo; la esperanza
los mantuvo despiertos, preparados para la resurrección.
¡Rompamos al fariseo que traemos
dentro, no hagamos al Señor preguntas necias, esas, cuyas respuestas sabemos de
antemano! No indaguemos, con cara de inocencia, para obtener la clasificación
exacta: “¿Cuál es el principal mandamiento?”, porque no son 613
como en el Libro de la Alianza, sólo son 10, que Jesús, paciente y comprensivo,
nos los reduce a dos, que todos conocemos, que los “teólogos de la Ley”,
habrían explicado muchas veces, el “shema Israel”, que
repetían mínimo dos veces al día: “El Señor nuestro Dios es el único
Señor; amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón” , como está en
Deuteronomio 6: 4-5; pero Jesús completa con el otro, por tantos olvidado,
incluidos nosotros: “El segundo es semejante a éste: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. (Lev. 19: 18). Nos parece escuchar lo que
dijo en otra ocasión: “haz esto y vivirás”, porque “en
estos dos mandamientos están sostenidos toda la Ley y los Profetas”. ¡La
señal luminosa está encendida, no queramos quedarnos en
tinieblas!