Primera Lectura: del profeta Daniel 7: 13-14
Salmo Resposorial, del salmo 92: Señor, Tú eres nuestro rey.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipis 1: 5-8
Evangelio: Juan 8: 33-37.
¡Cristo Rey del Universo!, y llega a nuestros corazones la inquietante pregunta, ¿de verdad lo aceptamos como tal? Realidades, conceptos, vivencias contrapuestas que nos quitan la seguridad con la que creemos pisar el mundo en que vivimos. En la antífona de entrada encontramos, ojalá profundicemos, los cimientos del Reino que durará para siempre. Cristo recibe lo que en su entrega ha conquistado: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”, siete que simboliza la totalidad. Él es “la piedra angular” que “recapitula todo cuanto existe en el cielo y en la tierra” (Col. 1: 29). En Él, y, solamente desde Él, nos vemos liberados de la esclavitud y encontramos el dinamismo que impulsa al servicio universal, filial y agradecido al Padre, para hacer vida, ya en esta vida, la alabanza, el reconocimiento y el gozo que permanecerán para siempre.
Ambas lecturas, la de Daniel y la de Juan manifiestan la realidad de un reino que rompe las concepciones que se apoyan en el poder, la riqueza y el vasallaje. Un reino que orienta las decisiones y nos muestra el camino para que llegar a ser; que nos convierte en Reino para el Padre. ¡Imposible entenderlo sin conocer y amar a aquel que nos lo anuncia, no con retórica vacía, sino con cada acto de su vida, hasta la muerte y la resurrección!
De frente a la verdad, no repitamos la acción de Pilato, porque la confrontación nos hace elegir el camino más fácil: la huida, pidamos valentía, audacia y fe, para abrir oídos y corazón a su Palabra: “soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, que sigue resonando, “porque mis palabras no pasarán”, como escuchábamos el domingo pasado.
Esa verdad, que aprieta y compromete a ser testigos fieles, a ser coherentes con la interioridad y la palabra y, más aún, con nuestras acciones como proyección de nuestro ser completo; no es doctrina teórica, es llamada que transforma la vida y nos lanza, conscientes de la presencia de su Espíritu en nosotros, a ser transformadores del mundo a nuestro alcance y cooperar en la construcción de un reino universal, reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.
Pidamos a María Reina, para que como ella, sepamos discernir y elegir, confiar y caminar siguiendo los pasos de “aquel que es el primogénito de los muertos y el primogénito de los resucitados”; que quitemos la escoria y las mentiras que ensombrecen el auténtico seguimiento de Jesús, para que resuene como eco repetido e incesante, allá, en lo profundo de la entraña: “conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.
¡Cristo Eucaristía, fortalece nuestra fe! Que creamos, en serio en ti y en tu promesa: “confíen, Yo he vencido al mundo y estaré con ustedes todos los días”.