sábado, 6 de abril de 2024

2°. Pascua. 7 abril 2024.



Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 4: 32-32
Salmo Responsorial, del salmo 117:
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 5: 1-6
Evangelio: Juan
20: 19-31.
 

Abrir el corazón a la alegría y a la gratitud, porque Dios nos ha llamado a su Reino, y ese llamamiento se hizo concreto en cada uno de nosotros el día de nuestro nacimiento y sigue resonando cada día. ¡Dios me llama en Jesús y me confía la misma misión, cómo no voy a alegrarme! Para que esa alegría sea profunda, venida desde arriba, la oración colecta nos recuerda, en nuestra petición, la riqueza que nos llega, y queremos que permanezca, por el bautismo, que es purificación; por el Espíritu que es nueva vida; por la Sangre que es salvación. Al crecer en conciencia, trataremos de reproducir, en cuanto se pueda, lo que era la comunidad ideal en la comunicación de bienes, pero sí en la participación en la oración y en la Eucaristía para ser verdaderos testigos de la Resurrección del Señor, y de la nuestra, anunciada en la suya. 

  En la carta de San Juan encontramos la identificación de fe y amor: “el que cree en Jesús, ha nacido de Dios”, y “el que ha nacido de Dios, ama al Padre y ama también a los hijos”; aparece un conjunto familiar arropado por la misma fuerza, la que nos ayuda a superar diferencias porque limpia la mirada y nos da la victoria sobre el mundo y sobre el egoísmo; porque nos edifica en la Verdad, en el Espíritu, y nos habitúa a tener presente la trascendencia. 

 

Otro punto luminoso para nuestra alegría, a pesar y por sobre nuestras infidelidades, vacilaciones, olvidos, pecados, yerros, es que “la misericordia del Señor es eterna”; ¿qué haríamos, a dónde iríamos?, sin el perdón de Dios sólo experimentaríamos el vacío y la soledad. ¡Maravillosa es la creación y más maravillosa aún la Redención, “obra de la mano de Dios, un milagro patente”; nacer y renacer, recibimos lo primero sin saberlo, lo segundo sin merecerlo por eso exclamamos: “es el triunfo del Señor”, ¡que continuemos festejándolo! 

 

Jesús nos pide lo mismo que a Tomás, que “no dudemos, que creamos”; queremos pruebas, no confiamos en el testimonio de la comunidad, en la experiencia de los hermanos, por eso no tenemos esa paz que el Señor da con su presencia; rompemos la fraternidad  al pensar consciente o inconscientemente que el único criterio válido es el nuestro; Jesús nos comprende, nos invita a superar la duda, a recorrer ese camino, muchas veces obscuro, para llegar hasta Él; nos une, como a Tomás, en la misma misión y en el ámbito de la Paz que siempre vienen con Él; a que sintamos, desde dentro la alegría de su Resurrección y la recepción del Espíritu Santo que hagan florecer  la aceptación total de su Persona más allá de lo que pudiera dar la visión física: “Señor mío y Dios mío”.