Salmo 91;
Segunda Lectura: Segunda carta a los Corintios 5: 6-10;
Evangelio: Marcos 4: 26-34.
Necesitamos un momento de reposo, de atención a nuestro entorno, el de dentro y el de fuera; preguntarnos qué luce en nuestra vida: ¿consolación, paz y entusiasmo o bien tristeza, lejanía, abulia y desesperanza que entume? El Señor está atento, no se le ocultan los pasos que damos, sean hacia Él o solamente hacia nosotros, estos en un olvido lastimoso e inútil. La oración que enciende la confianza, que anima a la aventura del salto hacia el vacío, - sabemos que no hay vacío -, ya que “el Señor escucha nuestras voces y clamores y llega en nuestra ayuda, sin jamás rechazarnos”, consolida la fe que ilumina el qué y para qué, el hacia dónde de nuestras decisiones; ¿qué tan fuerte es el grito?, ¿atraviesa las nubes, supera sequedades y aprende a aguardar como la tierra “las lluvias tempranas y las tardías”? (Santiago 5: 8) ¿Nos insta a crecer en el Señor, de donde viene nuestra fuerza, porque somos, realmente, conscientes de que “sin su gracia nada puede nuestra humana debilidad”?
Dejemos revivir en nosotros la presencia del Espíritu, la inhabitación de la Trinidad, la de Jesús, intimidad, realidad que al venir a nosotros, como alimento, convertido en pan y vino que nos nutre e intenta transformarnos en retoños que crezcan y florezcan, que den sombra y cobijo, en primer lugar a nuestros seres y que inviten a todos al sosiego, la paz y el descanso. Su promesa conforta, no es voz al viento: “Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Si la historia es “la maestra de la vida”, en frase de Cicerón, repasemos la nuestra, la de Israel, la de la humanidad entera y analicemos los resultados. No encontraremos mejor respuesta que la del Salmo: “¡Qué bueno es darte gracias, Señor!” Nos harás “capaces de dar fruto en la vejez, frondosos y lozanos”.
Que la inquietud se esfume, el consuelo amanezca y el Señor nos convenza de que nunca está lejos de nosotros. Aceptamos nuestro ser de peregrinos desterrados camino de la Patria. Preparemos desde ahora el encuentro y tengamos presentes las palabras de la Carta a los Hebreos, que explicitan lo dicho por Pablo a los Corintios: “Por cuanto es destino de cada hombre morir una vez, y luego un juicio, así también el Mesías se ofreció una sola vez, para quietar los pecados de tantos; la segunda vez, ya sin relación con el pecado, se manifestará a los que lo aguardan para salvarlos”. (9: 27-28) La gracia y nuestra adhesión a Cristo, harán que “la misericordia triunfe sobre el juicio”.
Es fácil entender cuando el Señor explica: Nos dio ya un dinamismo que duerme en la semilla, pidamos que despierte, que germine, que dé fruto; que seamos pacientes porque el Espíritu “enterrado en nosotros”, prosigue su tarea; los tallos, las espigas y los granos, conformes a su ritmo, sin que sepamos cómo, pero estando dispuestos, llegarán a su tiempo.
La fe, ya lo sabemos es un regalo, pero trigo y cizaña crecen juntos, esforcémonos para que el riego llegue abundante al primero y, con mucha prudencia, tratemos de ayudar al Señor, a arrancar la segunda; Él mismo Jesús nos advierte que la empresa no es simple, (Mt. 13:29) hay peligro de convertir el campo en yermo. ¡Señor para no tener que arrancar hierba mala, ayúdame a no sembrarla!
Necesitamos un momento de reposo, de atención a nuestro entorno, el de dentro y el de fuera; preguntarnos qué luce en nuestra vida: ¿consolación, paz y entusiasmo o bien tristeza, lejanía, abulia y desesperanza que entume? El Señor está atento, no se le ocultan los pasos que damos, sean hacia Él o solamente hacia nosotros, estos en un olvido lastimoso e inútil. La oración que enciende la confianza, que anima a la aventura del salto hacia el vacío, - sabemos que no hay vacío -, ya que “el Señor escucha nuestras voces y clamores y llega en nuestra ayuda, sin jamás rechazarnos”, consolida la fe que ilumina el qué y para qué, el hacia dónde de nuestras decisiones; ¿qué tan fuerte es el grito?, ¿atraviesa las nubes, supera sequedades y aprende a aguardar como la tierra “las lluvias tempranas y las tardías”? (Santiago 5: 8) ¿Nos insta a crecer en el Señor, de donde viene nuestra fuerza, porque somos, realmente, conscientes de que “sin su gracia nada puede nuestra humana debilidad”?
Dejemos revivir en nosotros la presencia del Espíritu, la inhabitación de la Trinidad, la de Jesús, intimidad, realidad que al venir a nosotros, como alimento, convertido en pan y vino que nos nutre e intenta transformarnos en retoños que crezcan y florezcan, que den sombra y cobijo, en primer lugar a nuestros seres y que inviten a todos al sosiego, la paz y el descanso. Su promesa conforta, no es voz al viento: “Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Si la historia es “la maestra de la vida”, en frase de Cicerón, repasemos la nuestra, la de Israel, la de la humanidad entera y analicemos los resultados. No encontraremos mejor respuesta que la del Salmo: “¡Qué bueno es darte gracias, Señor!” Nos harás “capaces de dar fruto en la vejez, frondosos y lozanos”.
Que la inquietud se esfume, el consuelo amanezca y el Señor nos convenza de que nunca está lejos de nosotros. Aceptamos nuestro ser de peregrinos desterrados camino de la Patria. Preparemos desde ahora el encuentro y tengamos presentes las palabras de la Carta a los Hebreos, que explicitan lo dicho por Pablo a los Corintios: “Por cuanto es destino de cada hombre morir una vez, y luego un juicio, así también el Mesías se ofreció una sola vez, para quietar los pecados de tantos; la segunda vez, ya sin relación con el pecado, se manifestará a los que lo aguardan para salvarlos”. (9: 27-28) La gracia y nuestra adhesión a Cristo, harán que “la misericordia triunfe sobre el juicio”.
Es fácil entender cuando el Señor explica: Nos dio ya un dinamismo que duerme en la semilla, pidamos que despierte, que germine, que dé fruto; que seamos pacientes porque el Espíritu “enterrado en nosotros”, prosigue su tarea; los tallos, las espigas y los granos, conformes a su ritmo, sin que sepamos cómo, pero estando dispuestos, llegarán a su tiempo.
La fe, ya lo sabemos es un regalo, pero trigo y cizaña crecen juntos, esforcémonos para que el riego llegue abundante al primero y, con mucha prudencia, tratemos de ayudar al Señor, a arrancar la segunda; Él mismo Jesús nos advierte que la empresa no es simple, (Mt. 13:29) hay peligro de convertir el campo en yermo. ¡Señor para no tener que arrancar hierba mala, ayúdame a no sembrarla!