Salmo Responsorial, del Salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos
Segunda Lectura: de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses 3:12, 4: 2
Evangelio: Lucas 21: 25-28, 34-36
El Señor vino, se fue, se quedó y volverá; es el Dios presente a nuestro alcance en Jesucristo; constatarlo es fácil si nos zambullimos en el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Iniciamos, con el Adviento, el Ciclo C del tiempo litúrgico en el que nos guiará el Evangelio de San Lucas. Hoy, con gran atingencia, nos enseña a mirar ese tiempo y esa historia; ya ha sucedido el asedio y la destrucción de Jerusalén, la comunidad cristiana siente que la esperanza se esfuma, el pesimismo crece, el futuro, si siempre ha sido incierto, parecería más; ¿qué queda por venir?
Regresemos a la antífona de entrada y dejémonos inundar por esa luz: “A Ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en Ti confío, no quede yo defraudado”. Confianza que inicia en nuestro interior, que va aprendiendo a discernir, que no se amedrenta por cataclismos futuros, sino que analiza hacia dónde orienta nuestra vida. Por ello se eleva nuestra petición: “Despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo”, ignoramos el cuándo y el cómo; pero sabemos que lo encontraremos al fin del camino de la vida.
Junto con la petición, el compromiso, la acción que se abre hacia los demás a través de “las obras de misericordia” éstas surgirán como respuesta acorde con “nuestro despertar”. Cada día, “el día” está más cerca, como expresa mi hermano Mauricio en alguno de sus poemas: “Cada paso me acerca al momento del abrazo”, no es imaginación de un futurible, sino la realidad que vamos construyendo con fundamento en la Palabra que leímos en Jeremías: “Se acercan los días en que cumpliré mi promesa”. ¿Anhelamos abrazarnos a Él como “vástagos santos que nos hará crecer en justicia y en derecho” para abrir caminos hasta que reine la paz?
Aceptemos la advertencia de Pablo a los Tesalonicenses y revistámonos de la mirada del cristianismo siempre nuevo, “conserven sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”.
La actitud convencida de esperanza, recordando que el que nada espera, nada obtiene, nos hará profundizar en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”.
A continuación, el mismo Jesús nos indica el complemento para que la preparación sea efectiva: “velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder, - escapar de la falsa seguridad que pudiera envolvernos si nos encerramos en nosotros mismos – y comparezcan seguros ante el Hijo del hombre”.
Pidamos a Cristo, quien en la Eucaristía, condensa el perenne significado del Amor, nos ayude a mantener la visión completa de la Misión que realizó en total obediencia al Padre: desde su Encarnación, Nacimiento, anuncio de la Buena Nueva en su Vida Pública, su Pasión, Muerte y Resurrección, y nos “haga rebosar de amor mutuo y hacia todos los demás”, que pudiéramos completar como él: “como el que yo les tengo a ustedes”, y festejar, con esperanza creciente, el culmen del Adviento en Navidad y a planear, con una visión renovada, la gracia de un Año Nuevo en el que toda decisión esté presidida por su presencia.
El Señor vino, se fue, se quedó y volverá; es el Dios presente a nuestro alcance en Jesucristo; constatarlo es fácil si nos zambullimos en el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Iniciamos, con el Adviento, el Ciclo C del tiempo litúrgico en el que nos guiará el Evangelio de San Lucas. Hoy, con gran atingencia, nos enseña a mirar ese tiempo y esa historia; ya ha sucedido el asedio y la destrucción de Jerusalén, la comunidad cristiana siente que la esperanza se esfuma, el pesimismo crece, el futuro, si siempre ha sido incierto, parecería más; ¿qué queda por venir?
Regresemos a la antífona de entrada y dejémonos inundar por esa luz: “A Ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en Ti confío, no quede yo defraudado”. Confianza que inicia en nuestro interior, que va aprendiendo a discernir, que no se amedrenta por cataclismos futuros, sino que analiza hacia dónde orienta nuestra vida. Por ello se eleva nuestra petición: “Despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo”, ignoramos el cuándo y el cómo; pero sabemos que lo encontraremos al fin del camino de la vida.
Junto con la petición, el compromiso, la acción que se abre hacia los demás a través de “las obras de misericordia” éstas surgirán como respuesta acorde con “nuestro despertar”. Cada día, “el día” está más cerca, como expresa mi hermano Mauricio en alguno de sus poemas: “Cada paso me acerca al momento del abrazo”, no es imaginación de un futurible, sino la realidad que vamos construyendo con fundamento en la Palabra que leímos en Jeremías: “Se acercan los días en que cumpliré mi promesa”. ¿Anhelamos abrazarnos a Él como “vástagos santos que nos hará crecer en justicia y en derecho” para abrir caminos hasta que reine la paz?
Aceptemos la advertencia de Pablo a los Tesalonicenses y revistámonos de la mirada del cristianismo siempre nuevo, “conserven sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”.
La actitud convencida de esperanza, recordando que el que nada espera, nada obtiene, nos hará profundizar en las palabras de Jesús mismo: “levanten las cabezas porque se acerca su liberación”.
A continuación, el mismo Jesús nos indica el complemento para que la preparación sea efectiva: “velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder, - escapar de la falsa seguridad que pudiera envolvernos si nos encerramos en nosotros mismos – y comparezcan seguros ante el Hijo del hombre”.
Pidamos a Cristo, quien en la Eucaristía, condensa el perenne significado del Amor, nos ayude a mantener la visión completa de la Misión que realizó en total obediencia al Padre: desde su Encarnación, Nacimiento, anuncio de la Buena Nueva en su Vida Pública, su Pasión, Muerte y Resurrección, y nos “haga rebosar de amor mutuo y hacia todos los demás”, que pudiéramos completar como él: “como el que yo les tengo a ustedes”, y festejar, con esperanza creciente, el culmen del Adviento en Navidad y a planear, con una visión renovada, la gracia de un Año Nuevo en el que toda decisión esté presidida por su presencia.