viernes, 23 de julio de 2010

17° Ord. 25 julio 2010.

Primera Lectura: del libro del Génesis 18: 20-32
Salmo Responsorial, del salmo 137
Segunda Lectura: de la carta del apostol San Pablo a los Colosenses 2: 12-14
Evangelio: Lucas 11: 1-13.

¿Quién sino el Señor “nos hará habitar juntos en su casa”?, Él nos hará superar todas las desavenencias, las distancias, los posibles rencores (tan inútiles) y hará crecer en nosotros la confianza en la Sabiduría que viene desde arriba y que da la dimensión exacta a toda criatura a fin de que no nos quedemos deslumbrados por los bienes de la tierra, todos ellos buenos pues Él nos los ha regalado, sino que más bien “pongamos el corazón en los que duran para siempre”.

Dios no destruye, el único capaz de destruir familia, sociedad, ecología, planeta y armonía, es el hombre, creyendo poder realizar todo según su inclinación, su instinto; sin la luz de la fe, sin una razón equilibrada, acaba por romper, aniquilar y desaparecer.

La oración, encuentro con Dios, siempre dispuesto a la misericordia y al perdón, necesita ir acompañada de la justicia, de la fraternidad y el respeto a los demás. Abraham no fracasa, Dios no fracasa, fracasan los seres humanos que se niegan a ser salvados de sí mismos, sus peores enemigos, cegados, atorados en aquello que piensan les dará “la felicidad”.

El ejemplo, verdaderamente animante, de Abraham es que nunca pierde la esperanza, su diálogo es un verdadero “regateo” con Dios, porque sabe que Él escucha, se compadece y perdona…, si el corazón del hombre está preparado. ¿Encontrará el Señor “diez justos” en nuestras ciudades? Comencemos por intentar serlo personalmente, familiarmente para contagiar, por nuestras obras, para que “viéndolas, todos den gloria al Padre que está en los cielos”.

Por sobre todo aquello que estamos viviendo, que nos conmueve y aun horroriza, “demos gracias a Dios de todo corazón”: porque comprobamos su “lealtad y su amor, nos infunde ánimos, nos pone a salvo y concluye su obra en nosotros”. Que el Espíritu, recibido en el Bautismo, nos haga experimentar que, en verdad, somos de Dios, elegidos para la vida y para “la vida nueva con Cristo que anuló el documento que nos condenaba”. Si la gratuidad es manifiesta, la gratitud ha de responder ser sin límites.

¿Queremos aprender a orar, seguir aprendiendo?, con sencillez escuchemos a Cristo; con Él repitamos, conscientemente, la plegaria que eleva, que plenifica y que nos compromete a actuar como “hijos que se dirigen a su Abba, Padre”, para suplicarle que “vivamos en justicia y santidad” para santificar su nombre; para que la llegada del Reino colme la tierra; para que su Voluntad oriente nuestros pasos, que su Bondad sostenga nuestros días, que “condone” nuestras deudas y que hagamos lo mismo con todos los hermanos; nos libre del maligno que todo lo obscurece.

El Señor se complace en los que son constantes, los que piden porque saben que no tienen, buscan lo primordial y tocan en la puerta correcta; al “darnos su Espíritu”, con Él nos dará cuanto necesitamos: “dame tu Amor y tu Gracia, que esto me basta”.