sábado, 31 de julio de 2010

18° Ord. 1° agosto 2010.

Primera Lectura: del libro del Eclesiastés 1:2, 2: 21-23
Salmo Responsorial, del salmo: 89
Segunda Lectura: de la carta del apóstol San Pablo a los Colosenses 3: 1: 1-5, 9-11
Evangelio: Lucas 12: 13-21.

“Tú eres mi auxilio y mi salvación”; esta convicción limpiará nuestros ojos y nuestro corazón para encontrar la dimensión concreta de todo lo creado y levantar constantemente la mirada hacia los bienes que perduran. Cimentados en la eficacia de la Gracia, aprenderemos el modo de irnos asemejando más y más a Jesucristo, imagen y ejemplo de todos los hombres; esto impedirá que nos apesguemos a los bienes perecederos, buenos en sí, pero relativos. ¡Cuánta verdad en el dicho del P. Pedro Arrupe: “el dinero es magnífico esclavo pero pésimo patrón”!

La lectura del Cohélet, tan antigua y tan nueva, escudriña el interior del hombre, de cada uno de nosotros. Describe las ansias, la avaricia, los deseos que anidan en nosotros y nos lleva a la conclusión que, a pesar de saberla, la dejamos en el olvido: trajín, afanes, posesión más y más abundante. ¿Para qué, para quién? No es sentencia vacía, es aliento y luz que nos recuerda el dicho de San Ignacio: “usar de las cosas tanto cuanto nos ayuden a conseguir el fin para que fuimos creados y abstenernos de ellas tanto cuanto para ello nos lo impidan”. “Vanidad de vanidades y todo es vanidad” (1: 2). “En conclusión y después de haberlo oído todo, teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser hombre; que Dios juzgará todas las acciones, aun las más ocultas, buenas y malas”. (12: 13). La verdadera sabiduría ennoblece al sabio pero embota la mente del necio.

Después de habernos examinado, no podemos sino recitar, desde lo más hondo de nosotros mismos, el Salmo: “Señor, ten compasión de nosotros”; somos polvo, mortales, breve noche, sueño y hierba que se marchita, “enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos”. La respuesta del Señor alegra el alma: “Llenos de su amor cada mañana, júbilo será la vida toda”. Es el faro que ilumina la llegada al puerto. Es como dice San Gregorio: “tener los pies en la tierra y el corazón en el cielo”. Es atender y entender las enseñanzas de San Pablo que hemos escuchado: “busquen los bienes de arriba. Donde está Cristo, porque han murto y su vida está escondida con Cristo en Dios”. Las tentaciones son múltiples, la concupiscencia está viva y el engaño activo, “renuévense con el conocimiento de Dios”, toda discriminación ha desaparecido y “Cristo es todo en todos”.Ésta es la novedad que ha iniciado y continúa, inacabable, nuestra conversión.

Jesús, en el Evangelio, confirma lo aprendido del Padre desde antes que el mundo fuera: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.

Jesús no ha venido a ser juez en la repartición de las herencias, ha venido a mostrarnos cuál es la Herencia a la que debemos aspirar; ha venido a mostrarnos el camino de la sensatez: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla destruye y los ladrones abren boquetes y los roban. Amontonen riqueza en el cielo, donde ni la polilla carcome y los echa a perder, donde los ladrones no abren boquetes y los roban. Porque donde tengas tu riqueza tendrás el corazón” (Mt. 6: 19-20). ¡Creámosle y hagamos vida su Palabra!