Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34, 37-43
Salmo Resposorial, del salmo 117: Este es el día del trinunfo del Señor. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Colsences 3: 1-4
Aclamación: Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua.
Salmo Resposorial, del salmo 117: Este es el día del trinunfo del Señor. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Colsences 3: 1-4
Aclamación: Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua.
Evangelio: Juan 20: 1-9.
“¡El Señor ha resucitado! Aleluya”. La soledad, la angustia, el sufrimiento tienen un sentido, jamás han sido ni serán lo definitivo; son realidad y misterio a la vez; son compañeros de nuestro caminar al lado de Cristo; son invitación a penetrar, con fe, a veces temblorosa y dubitante, pero que quiere ser sincera, lo que vivió con plena convicción Jesús y cuantos lo han seguido con la mirada y el ser entero clavados en Él; lo confesamos con San Pablo el Jueves Santo: “Que nuestro orgullo sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque en Él tenemos la salvación, la vida y la resurrección, y por El hemos sido salvados y redimidos.” (Gál. 6: 14) Quizá lo balbucimos temerosos, pero no, si miramos el presente con la seguridad del futuro pleno de certeza: “He resucitado y viviré siempre contigo; has puesto tu mano sobre mí, tu sabiduría es maravillosa.” Más allá de toda ciencia, de toda filosofía, de toda imaginación, está la realidad, la Palabra que se cumple, la promesa que llega a su plenitud: “El Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido y después de azotarlo, lo matarán y al tercer día resucitará.” (Lc. 18: 31-33) El trago amargo, verdadero, dramático, brutal, ha pasado, ahora está la victoria sobre el último enemigo que sería destruido, la muerte. (1ª. Cor. 15:25) “¿Dónde está, muerte tu victoria?, ¿dónde tu aguijón?” (1ª. Cor. 15: 55) “Muriendo, destruyó nuestra muerte, resucitando nos dio nueva vida.”
¡Esta es la fe que alienta y fortalece a la primitiva comunidad cristiana! Es la que nos tiene que consolidar en la Esperanza que con firmeza expresa San Pedro: “Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y pasó haciendo el bien… Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día… Nosotros hemos sido testigos… Hemos comido y bebido con Él, nos mandó a predicar al pueblo y a dar testimonio de que Dios lo ha constituido Juez de vivos y muertos… El testimonio de los profetas es unánime, que cuantos creen en Él, por su medio, recibirán el perdón de sus pecados.” ¡Ésta es nuestra fe que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro! Ya resucitados con Él, “busquemos los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios…, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” ¡Hagámosla patente! Como Él, “pasemos por la vida haciendo el bien”, pensando en lo que nos espera: “la manifestación gloriosa, juntamente con Él.”
Quien ama busca, aun lo que “humanamente parece perdido sin remedio”; ¡Busca la vida aun en la muerte! María lo hace, va al sepulcro, ve que la piedra ha sido removida, la agitación la envuelve, echa a correr y, angustiada, avisa a Pedro y a Juan: “Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto.” Estos, a toda prisa se dirigen al sepulcro; llega Juan primero pero, respetuoso, aguarda a Pedro, no obstante, se asoma y mira “los lienzos puestos en el suelo”. Llega Pedro y entran juntos, constatan lo ya visto “los lienzos en el suelo pero el sudario doblado, puesto en sitio aparte.” Entonces “vio y creyó, pues no había entendido las Escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.”
¡Lázaro salió atado! Aquí comprende que las ataduras de la muerte han sido rotas y que ¡ésta es la verdadera Resurrección!
Cristo vive, Cristo triunfa, Cristo aguarda a que lo busquemos. Estemos seguros de que se dejará encontrar. Está mucho más cerca de lo que imaginamos. Confiemos en que nos abrirá el entendimiento y el corazón para comunicar a todos esta certeza y demos, con nuestras vidas, nueva vida al mundo. “Ya está su mano sobre nosotros”.