Primera Lectura: del libro del profeta Ezquiel 18: 25-28
Salmo
Responsorial, del salmo 24: Descúbrenos, Señor,tus caminos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Filipenses 2: 1-11
Aclamación: Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco
y ellas me siguen.
Evangelio: Mateo 21: 29-32.
Reconocemos,
aceptamos nuestro olvido del Señor, pero más allá está la
confianza en su misericordia, en su inacabable paciencia, comprensión
y perdón. ¡Nada que argüir en nuestro favor, nos dejamos en su Corazón
y en sus manos! Con humilde sinceridad oramos: “de Ti esperamos
la gracia para no desfallecer en el camino hacia Ti”.
¡Somos
Israel actualizado! Con qué facilidad buscamos culpables y con
qué falta de lógica y de verdad nos atrevemos a señalar al Señor
como causa de los males; por eso nos responde con el profeta: “¿No
es más bien el proceder de ustedes el injusto?”
por más que intentemos ocultar la responsabilidad de nuestros actos,
no podremos, las consecuencias nos siguen como sombra: maldad e injusticia,
o bien: honradez y justicia. Lo que sale del fondo del corazón moldea
nuestra persona. Muy conveniente interrogarnos: ¿cómo deseamos encontrarnos
en el momento final?. No podemos engañarnos, sabemos la respuesta:
¡Quiero ser un “sí” en cada instante! Lo que debemos analizar
es si la claridad de la percepción nos lleva a la eficacia en la acción.
Con todo el
ser deseoso, repitamos lo dicho en el Salmo: “Descúbrenos, Señor,
tus caminos, guíanos por la senda de tu doctrina”.
La conciencia
creciente, iluminada por el asiduo trato con Jesucristo, haría resplandecer
un mundo nuevo, una familia nueva, unas relaciones nuevas, todas ellas
haciendo revivir en cada uno de nosotros “los sentimientos de Cristo
Jesús”. ¡Esto es el Reino que nos vino a enseñar Jesús!
Nada de egoísmos, ni prerrogativas, “hecho uno de tantos”,
igualdad en la carne, ejemplaridad en el amor al Padre, en la obediencia,
“en el caminar por sus sendas”, en la aceptación plena que
supera el temor de la muerte, y, ¡qué muerte!, vivencia exacta de
la meta, de la trascendencia, que tanto necesitamos, no tanto por el
premio de la gloria, sino por el gozo de estar en consonancia con Dios.
Ya Él se encargará de “escribir nuestros nombres en el libro
de la Vida”, para que nuestro caminar llegue a su Principio.
La Viña necesita
trabajadores; el domingo pasado el Dueño salió a diversas horas
y el pago fue desde la Justicia Divina, que rompió nuestra concepción
de justicia, y, ¡ojalá!, nos haya hecho pensar lo que son “los
caminos de Dios”. Hoy la referencia directa está enfocada a los
judíos que ni aceptaron a Juan Bautista ni aceptan a Jesús; pero en
ellos estamos involucrados cada uno de nosotros; persiste el llamamiento
y, precisamente, a los hijos: “Ve a trabajar a mi viña”.
Las respuestas se repiten: “Sí, pero no fue”; respeto y
corrección en la respuesta que se quedan en el vacío. El otro:
“¡No quiero ir!, pero se arrepintió y fue”; retobo,
mal humor, comodidad; flojera…, sin embargo: reflexión, discernimiento
y acción.
Resuena Ezequiel
y nos remueve la conciencia; resuena la Carta a los Filipenses y sigue
resonando allá dentro, cómo escribe en la 2ª Carta a los Corintios
(1:19): “Jesucristo no fue un ambiguo sí y no; en
Él ha habido únicamente un sí.”
Estos son “los sentimientos que hemos de compartir con Cristo
Jesús”.
La decisión no es fácil: “¡Qué angosta es la puerta y estrecho
es el camino que llevan a la vida, y pocos dan con ellos!”
(Mt. 7:14); “No basta con decirme, Señor, Señor, para entrar
en el Reino de Dios, hay que poner por obra los designios de mi Padre
del cielo.” (Mt. 7: 21) Fortalece el contenido del compromiso
San Pablo en 1ª Cor. 4: 20: “Porque Dios no reina cuando se habla,
sino cuando se actúa.” ¡Cuánto encierra el verdadero “sí,
Señor”!, digámoselo y pidámosle la Gracia y la fuerza para realizarlo
ahora que aún tenemos tiempo! “Contigo a mi lado, no vacilaré”.
(Salmo 16 (15): 8)