lunes, 19 de septiembre de 2011

26º Ordinario, 25 septiembre, 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Ezquiel 18: 25-28
Salmo Responsorial, del salmo 24:  Descúbrenos, Señor,tus caminos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Filipenses 2: 1-11
Aclamación: Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco y ellas me siguen.
Evangelio: Mateo 21: 29-32. 

Reconocemos, aceptamos nuestro olvido del Señor, pero más allá   está la confianza en su misericordia, en su inacabable paciencia, comprensión y perdón. ¡Nada que argüir en nuestro favor, nos dejamos en su Corazón y en sus manos! Con humilde sinceridad oramos: “de Ti esperamos la gracia para no desfallecer en el camino hacia Ti”.

¡Somos Israel actualizado! Con qué  facilidad buscamos culpables y con qué falta de lógica y de verdad nos atrevemos a señalar al Señor como causa de los males; por eso nos responde con el profeta: “¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?” por más que intentemos ocultar la responsabilidad de nuestros actos, no podremos, las consecuencias nos siguen como sombra: maldad e injusticia, o bien: honradez y justicia. Lo que sale del fondo del corazón moldea nuestra persona. Muy conveniente interrogarnos: ¿cómo deseamos encontrarnos en el momento final?. No podemos engañarnos, sabemos la respuesta: ¡Quiero ser un “sí” en cada instante! Lo que  debemos analizar es si la claridad de la percepción nos lleva a la eficacia en la acción.

Con todo el ser deseoso, repitamos lo dicho en el Salmo: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos por la senda de tu doctrina”.

La conciencia creciente, iluminada por el asiduo trato con Jesucristo, haría resplandecer un mundo nuevo, una familia nueva, unas relaciones nuevas, todas ellas haciendo revivir en cada uno de nosotros “los sentimientos de Cristo Jesús”. ¡Esto es el Reino que nos vino a enseñar Jesús! Nada de egoísmos, ni prerrogativas, “hecho uno de tantos”, igualdad en la carne, ejemplaridad en el amor al Padre, en la obediencia, “en el caminar por sus sendas”, en la aceptación plena que supera el temor de la muerte, y, ¡qué muerte!, vivencia exacta de la meta, de la trascendencia, que tanto necesitamos, no tanto por el premio de la gloria, sino por el gozo de estar en consonancia con Dios. Ya Él se encargará de “escribir nuestros nombres en el libro de la Vida”, para que nuestro caminar llegue a su Principio.

La Viña necesita trabajadores; el domingo pasado el Dueño salió a diversas horas y el pago fue desde la Justicia Divina, que rompió nuestra concepción de justicia, y, ¡ojalá!, nos haya hecho pensar lo que son “los caminos de Dios”. Hoy la referencia directa está enfocada a los judíos que ni aceptaron a Juan Bautista ni aceptan a Jesús; pero en ellos estamos involucrados cada uno de nosotros; persiste el llamamiento y, precisamente, a los hijos: “Ve a trabajar a mi viña”. Las respuestas se repiten: “Sí, pero no fue”; respeto y corrección en la respuesta que se quedan en el vacío. El otro: “¡No quiero ir!, pero se arrepintió y fue”;  retobo, mal humor, comodidad; flojera…, sin embargo: reflexión, discernimiento y acción.

Resuena Ezequiel y nos remueve la conciencia; resuena la Carta a los Filipenses y sigue resonando allá dentro,  cómo escribe en la 2ª Carta a los Corintios (1:19): “Jesucristo no fue un ambiguo sí y no; en Él ha habido únicamente un sí.” Estos son “los sentimientos que hemos de compartir con Cristo Jesús”. 

La decisión no es fácil: “¡Qué angosta es la puerta y estrecho es el camino que llevan a la vida, y pocos dan con ellos!” (Mt. 7:14); “No basta con decirme, Señor, Señor, para entrar en el Reino de Dios, hay que poner por obra los designios de mi Padre del cielo.” (Mt. 7: 21)  Fortalece el contenido del compromiso San Pablo en 1ª Cor. 4: 20: “Porque Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.” ¡Cuánto encierra el verdadero “sí, Señor”!, digámoselo y pidámosle la Gracia y la fuerza para realizarlo ahora que aún tenemos tiempo! “Contigo a mi lado, no vacilaré”. (Salmo 16 (15): 8)