viernes, 9 de septiembre de 2011

24° Ordinario, 11 Sept. 2011.

Primera Lectura: de libro del Eclesiástico (Sirácide ) 27:33, 28: 9
Salmo Responsorial, del salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: de la carta de Pablo a los Romanos 14: 7-9
Aclamación: Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otroscomo yo los he amado.
Evangelio: Mateo 18: 21-35  
 
Esperar en el Señor es haber encontrado el camino de la paz; su mirada de amor y misericordia nos llenará de fuerzas para poder servirle. 

El Eclesiástico, como Libro Sapiencial, hace que entremos hasta las más profundas entretelas de nuestro corazón, de nuestra mente. Sin hacer ofensa a nadie, pues todos llevamos, consciente o inconscientemente, heridas, actitudes destructoras que no queremos reconocer; entre ellas, en ocasiones, aun cuando no deseáramos usar la palabra “rencor”, ¿quién no ha sentido rabia, impotencia, ganas de vengarse, de borrar del mapa a quien nos despreció o no escuchó nuestra proposición o, peor aún, se burló de ella? Pensemos un momento, aunque hayan sido segundos los que nos dejamos envolver por ese sentimiento, ¿sirvió de algo?, ¿arregló el problema?, ¿tuvimos la sana audacia y la palabra oportuna para exponer lo que bullía en nuestro interior? Y sobre todo, ¿caímos en la cuenta de que esos pensamientos negativos al único que afectaban era a mi propio ser? El otro ni se dio por enterado de la guerra que vivo internamente y logró, porque se lo permití, quitarme la paz. ¡Cuántas veces hemos meditado aquello de: “nadie te puede hacer perder tu paz, si tú no quieres perderla”! Con qué claridad termina el párrafo que hemos escuchado: “Recuerda la Alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.”

El Salmo consolida lo que verdaderamente perdura: “El Señor no nos condena para siempre, ni nos gurda rencor perpetuo…, no nos trata como merecen nuestras culpas…, es compasivo como un padre con sus hijos.” 

Si desde el punto de vista humano es tan importante que sepamos perdonar, que llevemos y sobrellevemos las flaquezas de nuestros prójimos como ellos llevan las nuestras, cuánto más si proyectamos este perdón con la fuerza de la trascendencia.

“Sea en vida, sea en muerte, somos del Señor.”  ¿Lo somos de verdad? El Aleluya resume cuanto hemos percibido de Jesús y lo que Él espera de nosotros: amor sin cortapisas, sin condiciones, reflejando en hechos, en concreción que alivia, en comprensión y en uno de los pilares de su Revelación: el perdón. 

Activos en pedirlo, remisos en darlo; ¿hacemos conciencia de cómo esperamos encontrar al Padre?

El versículo 7° del capítulo 6° de Pablo a los Gálatas, hace estremecer: “¡Con Dios no se juega!”