Salmo Responsorial, del salmo 66: Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 4:
4-7
Aclamación: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a
nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha
hablado por medio de su hijo.
Evangelio: Lucas 2: 16-21.
Aclamamos a María, Madre de Dios por
haber aceptado, con su “¡fiat!, ser la Madre de Jesús, el Hijo
Eterno del Padre, el Engendrado antes de los siglos pero que quiso, conforme al
designio de Dios, comenzar a ser lo que nunca había sido: hombre, sin dejar de
ser lo que siempre ha sido, es y seguirá siendo: Dios.
María en su fe, en su obediencia, en
la confianza sin medida, se convierte en el Puente para que el Salvador, el
Mesías anhelado, viva como uno de nosotros, en todo igual, menos en el pecado.
Continuamos ante el misterio insondable del Amor de Dios por nosotros,
palpamos su cercanía: El invisible, se hace visible en Cristo Jesús.
El acto de fe que tiene como
actitudes fundamentales el conocer y el confiar, cree no por la Veracidad de
Aquel que lo comunica: María, Madre de Dios, ¿quién podría, desde el proceso
“racional”, penetrar esta maravilla?, en verdad “hay razones del corazón que
la razón no entiende”, y menos aún si provienen del “Corazón de
Dios”.
La Bendición que escuchamos en el
Libro de los Números, nos alcanza a todos los que confiamos y queremos confiar
en Dios: bendición que va acompañada de multitud de favores, de protección, de
sincero interés para que progresemos, pero sobre todo de Paz. Bendición que
necesitamos, no solamente para los días aciagos, sino para cada momento de
nuestra existencia; ya nos advierte el mismo Señor: “invoquen así mi nombre y
Yo los bendeciré”. Nos perdemos en mil vericuetos internos y externos y
olvidamos que la salvación la tenemos al alcance del corazón y de los
labios.
San Pablo enuncia, sin más: “Al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de
hacernos hijos suyos”. Antes fue promesa de herencia, ahora, en Cristo, por
María, ya es realidad; liberados de cualquier atadura para poder decir, sin
miedo, con asombro, a Dios: “¡Abba!”, es decir: Padre. De siervos a
hijos, de hijos a herederos en virtud de la gratuidad de Dios.
María, que a ejemplo tuyo, sepamos
“guardar los recuerdos en el corazón”, eso nos posibilitará, un día, la
magnitud de su comprensión; es lo que ha hecho la Iglesia: descubrir en Navidad
y en la Pascua, que es en la debilidad donde actúa el poder de Dios. Como los
pastores, seamos audaces para proclamar cuanto hemos recibido de parte de Dios
en Jesucristo