Salmo 23.
Gozo inicial,
agitación de Palmas, alegría porque acompañamos a Jesucristo, nuestro Rey y
Señor hasta reunirnos con Él en la Jerusalén celestial.
Hemos preparado el
momento orando, única vía para “tener
en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”; abriéndonos a los
hermanos; dominando, con su Gracia, pasiones y tentaciones; ayunando,
especialmente como el Señor lo expone: "que
tengas compasión con el huérfano, la viuda y el forastero..."
Mucha gente
gozaba de las maravillas realizadas por Jesús, se dejaban tocar por la
convicción con que hablaba y actuaba. Lo señalaban como el Mesías libertador:
quedará roto el yugo que nos oprime…, y la emoción se desbordó. Cuando la
emotividad triunfa sobre la razón y la realidad, ésta se obscurece: ¿Nuestro
Rey "montado
en un burrito."?
Preguntémonos con
honestidad, ¿Es éste el Mesías que imaginamos? Si de verdad hemos seguido a
Jesús, sus hechos, sus dichos, su ejemplaridad en los Evangelios, no correremos
el riesgo del desengaño labrado por vanas ilusiones. ¡Confirmemos nuestro deseo
de recibir y "recordar
cuanto se había escrito de Él."!
El Espíritu
está pronto a ayudarnos a comprender y a aceptar la verdadera humanidad de
Cristo "Primogénito
de toda creatura para conformarnos a su imagen."
MISA
Primera Lectura:
del libro del profeta Isaías 50: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los Filipenses 2: 6-11
Aclamación: Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte
y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó
el nombre que está sobre todo nombre.
Evangelio: Marcos 14: 1 a 15: 47
Las lecturas y
el Salmo, oídos, meditados, habrán deshecho en humo la "falsa imagen de Mesías"
que la carne ilusoria aguardaba.
Nos presentan al
Siervo Sufriente, al Escucha preferido del Padre, al Hijo Amado en quien están
sus complacencias y eso ¡nos repele!, si la fe titubea, lo vemos "como
desecho de los hombres, sin figura, sin rostro, abatido y humillado, crucificado
y muerto..., no perdamos pisada, necesitamos unir nuestra oración a la
del mismo Cristo: "El
Señor me ayuda y por eso no quedaré confundido." La glorificación, la
escuchamos temblando, llega por la obediencia al designio del Padre; nos
prepara, de nuevo, a escalar lo imposible: la muerte y el fracaso: "locura
para los paganos y escándalo para los judíos."
Esto, imposible de
entender si no es con la Fe, si no es desde la Alianza escrita en lo más
profundo de las mentes y de los corazones:
"Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre sobre todo nombre, para
que al nombre de Jesús se doble toda rodilla..."
El relato de la
Pasión según San Marcos, es corona de todo lo predicho. Hagamos un viaje al
interior; vivámosla en silencio, digámonos, como pide San Ignacio en los
Ejercicios: “Por mí va el Señor a la Pasión”. ¿A qué grito responde el
corazón?:
“¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”, o, "¡Crucifícalo!",
porque me rompe y rasga mi egoísmo.
Que el asombro
envuelva nuestro espíritu y a impulsos de ese Amor ilimitado ofrezcámonos a
Dios con “un
corazón contrito
y humillado, agradecido y comprometido."
En respetuoso
silencio aquellos momentos de la Pasión que más nos hallan conmovido y pidamos
luz para aceptar lo que nuestra naturaleza rechaza.